Powered By Blogger

22 de septiembre de 2015

De la Quintrala a Bachelet, pasando por María de la Cruz


Martes, 22 de septiembre de 2015





Los chilenos hemos tratado en forma sinuosa a las grandes mujeres de nuestra historia. Hasta la llegada de Pinochet y su caterva, nuestro monstruo emblemático (¿puede un monstruo ser “emblemático”?) era una mujer: Catalina de los Ríos y Lisperguer, la Quintrala.

Mi amigo Gustavo Frías, el novelista que ha dedicado parte de su vida al estudio del personaje y a la escritura de su trilogía Tres nombres para Catalina, sostiene que no hay prueba alguna (“no hay evidencia”, diría un amante del Spanglish, el español a la moda con injertos de inglés) de que la Quintrala o Catrala haya cometido los crímenes terroríficos que Vicuña Mackenna y otros historiadores le atribuyen.

Frías señala que doña Catalina, la heredera más rica del reino, que portaba un 25% de sangre indígena, un 25% de sangre española y un 50% de sangre alemana, se identificó desde niña con sus ancestros de las tribus aconcaguas –“pueblo originario”, diríamos en el siglo XXI– y que eso le valió el odio de la aristocracia colonial. Las intrigas y maledicencias de los gachupines (los colonizadores llegados a Chile desde España) y de la Iglesia Católica dieron origen a su leyenda negra. Por ser amiga de los “indios” y participar en sus ritos, la Quintrala fue acusada de brujería, víctima de un acoso terrible –bullying”, diríamos en Spanglish– y encarcelada.
Más benigno es el trato que nuestros novelistas Isabel Allende (Inés del alma mía) y Jorge Guzmán (Ay mama Inés) dispensan a Inés de Suárez, la amante del conquistador Pedro de Valdivia, a pesar de que no existen dudas de que decapitó personalmente a los siete caciques prisioneros –algunos afirman a su favor que solo al primero de la fila– durante el asalto dirigido por Michimalonco el 11 de septiembre de 1541 –otro 11 de septiembre– y ordenó que arrojaran sus cabezas contra los atacantes –“los Mapuche”, dirían algunos adoptando sin ton ni son la gramática de los vencidos–.

En su poema épico La Araucana, don Alonso de Ercilla nos legó la imagen furibunda de Fresia, la mujer principal (unendomo) del cacique (ñidoltoqui) Caupolicán, empalado vivo por los españoles, cuando tilda a su hombre de cobarde y azota al hijo común contra las rocas:

Toma, toma a tu hijo, que era el nudo
con que el lícito amor me había ligado;
que el sensible dolor y golpe agudo
estos fértiles pechos han secado:
críale tú, que ese cuerpo membrudo
en sexo de hembra se ha trocado;
que yo no quiero título de madre
del hijo infame del infame padre.

Otras mujeres bravas y belicosas, la corajuda Paula Jaraquemada, que hizo frente a los soldados españoles durante la Independencia, y la sargento –¿por qué no “sargenta”?– Candelaria, heroína de la Batalla de Yungay, dejaron huella intensa en nuestra historia.

Más tenue es el recuerdo de las pioneras que vencieron en Chile la discriminación (“de género”, decimos hoy) en diversos ámbitos. ¿Cuántos chilenos –“y chilenas”, no discriminemos– saben que Eloísa Díaz Insunza fue la primera médico –mejor digamos “médica”– de Chile y América del Sur? ¿Que Inés Enríquez Frödden –tía abuela de ME-O– fue la primera diputada y primera intendente –digamos “intendenta”– del país? ¿Que Graciela Contreras de Schnake –la Chela Schnake– fue la primera alcaldesa de Santiago, nombrada por el presidente Pedro Aguirre Cerda? ¿Que gracias al Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena (MEMCH) liderado por Amanda Labarca, Elena Caffarena –abuela de Pamela Jiles–, Marta Vergara, Olga Poblete y otras mujeres –y gracias también a algunos hombres, reconozcámoslo– se logró en 1949 el derecho de las mujeres a votar?

La primera senadora de nuestra historia fue elegida en 1952. María de la Cruz, poeta y periodista de oratoria fogosa –“la Evita chilena”– simpatizaba con el peronismo argentino y triunfó en Santiago con la primera mayoría nacional, en la cresta de la ola ibañista, cuando el antiguo dictador Carlos Ibáñez del Campo regresó a La Moneda –“¡Ibáñez al poder… la escoba a barrer!”– con una votación abrumadora.
Fundadora del Partido Femenino de Chile, María de la Cruz concitaba los odios de los derrotados partidos Radical, Conservador y Liberal. Era tildada de “loca” y hostilizada cada día, y antes de cumplir un año como senadora, fue destituida –“desaforada”, según el artículo 31 de la Constitución– por sus colegas senadores –todos caballeros, por supuesto– en una votación de 21 contra 16. Se la acusaba de haber participado en una importación de relojes desde Argentina para Ferrocarriles del Estado.

La destitución de María de la Cruz –la revista Topaze archimasculina la tildaba de “Senadora Longines” o “Senadora Cucú” en alusión a diversas clases de relojes– fue un verdadero linchamiento de parte de senadores que en su mayoría representaban en forma descarada los intereses de los latifundistas, banqueros, magnates mineros y compañías extranjeras que financiaban sus campañas –sin necesidad de boletas fantasmagóricas– con maletines llenos de billetes, como el que transportaba en barco el senador Juan Luis Maurás, maletín que nunca llegó a destino porque, según juraba el honorable legislador, se le había caído al mar…

Salvador Allende, que se había enfrentado a Carlos Ibáñez como candidato presidencial –perdió por 51.975 votos contra nada menos que 446.439–, no apoyó la acusación contra María de la Cruz, quien pocos meses después fue absuelta por los tribunales que la dejaron libre de polvo y paja. A quienes la acusaban de estar vendida a la Argentina, María de la Cruz les contestaba con un argumento irrefutable: “¡Quién más patriota que yo, que nací en Chimbarongo un 18 de septiembre!”.

Los chilenos ningunearon a Gabriela Mistral (Volodia Teitelboim y Eduardo Anguita la excluyeron de su Antología de la poesía chilena nueva) y también a Violeta Parra (un periodista la calificó de “cantora de tercera peleada con el jabón”), y a la escritora Isabel Allende la crítica chilena no le ha dejado hueso bueno –al menos hasta que le dieron el Premio Nacional de Literatura–.

Ahora –cómo no– el fuego graneado le toca a otra mujer, Michelle Bachelet, primerísima Presidenta de la República de vuelta en La Moneda. Pero una cosa es que sus bonos caigan a mínimos por culpa de un hijo vivaracho y una nuera ídem, por efecto del boleteo de los políticos y el guirigay de las reformas, y otra cosa son los rumores que corren sobre una renuncia de la Presidenta –la idea nunca ha pasado por su cabeza, dicen los que toman desayuno con ella– y sus presuntos problemas de salud y supuesta inclinación a la bebida.

Durante el gobierno del presidente Allende, los textos y caricaturas de la prensa opositora –el informe Church del Senado de EE.UU. demostró que esa prensa recibía financiamiento de la CIA– pintaban al Presidente como un borracho perdido, lo que se repetirá a tambor batiente durante los 17 años de dictadura militar.

Yo estuve cerca de Allende en su casa y en recepciones oficiales –Santiago, Bogotá, Buenos Aires, La Habana, Lima, Praga, Quito– donde hubo aperitivos, vinos y brindis, pero nunca lo vi siquiera achispado. Ninguno de los testigos –un buen centenar– con quienes hablé mientras preparaba un libro me dijo haberlo visto ebrio o ligeramente animado por el alcohol. Allende cuidaba su dieta y bebía diariamente dos dedos de whisky y una copa de vino tinto con la comida. Pese a ello una investigación en Internet realizada hoy muestra la amplitud y persistencia que puede alcanzar una mentira de hace más de 40 años. La afirmación “Allende era borracho” en Google encuentra 197.000 referencias; “Allende alcoholic”, 253.000.

En tiempos de redes sociales los rumores corren rápido y calan hondo. De 170 comentarios de lectores al pie de una información de Emol sobre la actividad de Michelle Bachelet en La Moneda con relación al reciente terremoto, más de 80 son negativos hacia la Presidenta y –basándose evidentemente en los rumores– insisten en que renuncie o se vaya; una veintena reproduce la fabulación de que tiene “yeta” –en napolitano “jettatore” es el que trae mala suerte–; unos 20 comentarios contienen juegos de palabras sobre el trago –“copete”, “terremoto”, “diez mojitos por noche”, etc.– y quienes la defienden son vituperados (trolleados) sin compasión por los que se tragan los rumores.

En medio de este ambiente controvertido –“controversial”, en Spanglish– y antes de que la tierra temblara, en un intento de reequilibrar la situación –“balancearla”, según el Spanglish– un grupo de mujeres entregó a la vilipendiada Presidenta una carta de apoyo. Expresan “indignación” por lo que califican como un “femicidio de la imagen” de la jefa de Estado… “¿Se equivocó? Sí, las madres también se equivocan. ¿Se merece tantas descalificaciones? No. Un presidente varón jamás estaría recibiendo tamaño castigo político por la conducta impropia de un hijo. Y a pesar de todo, usted levanta la frente y sigue adelante”.

Veremos los próximos episodios… y su rating.

Allende mi abuelo Allende: una película (casi) perfecta














Víctor Pey, el amigo español de Salvador Allende que acaba de cumplir cien años, me contaba que cuando estuvo en México durante la dictadura, Hortensia Bussi, la viuda del Presidente, le pidió:
‒Hábleles a mis nietos de Salvador, porque Isabel no les cuenta nada.

Hoy, más de 30 años después, desde las pantallas de los cines de Chile y del mundo la nieta Marcia Tambutti Allende interpela a su abuela Tencha, a su madre la senadora Isabel Allende y a su tía Carmen Paz, exigiéndoles que le digan cómo era su abuelo, quién era el Chicho.

El documental Allende mi abuelo Allende es una historia estrictamente familiar, que se podría haber filmado con una antigua cámara Súper-8 o un teléfono celular para consumo de los parientes y descendientes, si no fuera que… Si no fuera que el abuelo de quien se está hablando es el personaje más prominente de la historia de Chile del siglo XX y un ícono a escala mundial. Al Presidente que nacionalizó el cobre, al que encabezó un movimiento social multitudinario, al que combatió bajo las bombas en La Moneda, a ese Salvador Allende el mundo entero e incluso sus nietos lo conocen. En la película, la imagen de ese Allende, el político, tiene una presencia tenue. A quien la nieta se esfuerza por rescatar y traer a primer plano para conocerlo, es al Salvador Allende marido, padre, abuelo, al hombre en familia, en la intimidad. La tarea choca en pantalla con la terca resistencia de las tres mujeres mayores y, pese a su tenacidad, Marcia solo logra cumplirla parcialmente.

El mérito de Marcia Tambutti es mantener en todo momento al clima de un encuentro familiar. Ella, su abuela, su madre, su tía, sus primos no hablan para la cámara, lo hacen entre ellos, recuerdan, reflexionan, discuten. Tan importantes como las palabras son las miradas, los pestañeos, el lenguaje corporal, la expresión de las manos, las vacilaciones de la voz y sobre todo, los silencios, porque esta es una película de silencios largos. Como telón de fondo está la tragedia, la tragedia de una familia arrasada por el vendaval de la historia, por la muerte violenta del patriarca y los suicidios de su hija Beatriz, su hermana Laura, su nieto Gonzalo, hijo de la senadora Isabel Allende y medio hermano de Marcia, al que la cámara captó en vida largamente mientras habla, calla, piensa.

Pero dentro de la tragedia grande, la de la historia, hay una tragedia más pequeña, menos visible y más arrastrada, más profunda, más íntima. Ese es el plano en que Marcia Tambutti, personaje central de su propia película, se desplaza entre sus consanguíneos. Y en sus ansias de saber y comprender ‒¿cómo era el Chicho? ‒ se convierte en fiscal y lanza las preguntas que en la familia jamás se habían formulado en voz alta. Un fiscal nunca es simpático, sus preguntas molestan, y así sucede en varias ocasiones con las de Marcia. La abuela Tencha, Isabel, Carmen Paz se impacientan, se quejan de cansancio y de los minutos que van corridos, quieren abreviar los interrogatorios, se escabullen. Tratándose de Hortensia Bussi, que yace doliente en cama con un respirador de oxígeno en la nariz, esos interrogatorios tienen mucho de confesión postrera de una persona que se va apagando y que en realidad fallecerá seis años antes del estreno de la película. La nieta no cede y alcanza a interrogarla mientras aún es tiempo en escenas patéticas.
Marcia formula las preguntas con un dejo de acento mexicano, pero más que una cuestión de acento, en su tono tajante afloran una intransigencia y un afán de precisión que no dejan escapatoria a la persona que tiene delante. El carácter intenso de Marcia Tambutti y su sintaxis de frases precisas, frontales y redondas no admiten respuestas diagonales, vagas o inconclusas a la chilena. La nieta quiere saber, insiste y cuando a la segunda o tercera pregunta no le responden claramente, son sus parientes quienes quedan al descubierto.

En esta pequeña familia que vuelve a reunirse, cada cual guarda uno o muchos secretos, calla u oculta algo, y ese algo puede ser un recuerdo, una fotografía, un dibujo, un dolor. Hay risas, sí, unas espontáneas y otras forzadas. El Chicho disfrazado o jugando con sus hijas y con un nieto o una nieta aparece en fotos y fragmentos de películas como un padre y abuelo divertido y querendón, y sus descendientes lo celebran. Pero en todo momento planean la duda, cierta distancia hacia él, especialmente de las mujeres de la familia: Hortensia, sus hijas Carmen Paz e Isabel, sus nietas Maya y Marcia. Los nietos hombres que aparecen, Gonzalo hijo de Isabel y Alejandro hijo de Beatriz, dan también salida a sus fantasmas y expresan su deseo de saberlo todo, de que no les oculten nada.

Marcia aborda el tema de las constantes y públicas infidelidades matrimoniales del Chicho y las sonrisas se apagan. En los recuerdos aflora el contraste entre Beatriz, la hija fallecida en Cuba y madre de la diputada Maya Fernández, que fue cómplice del Chicho y lo acompañaba donde sus amantes, e Isabel, fiel a Tencha hasta la muerte y más allá. “La familia Allende estaba dividida: Beatriz hacía causa común con Salvador, e Isabel con Tencha”, me dirá un día Víctor Pey, el amigo de Allende llegado a Chile en el legendario Winnipeg, el barco con refugiados españoles fletado por Neruda.

Salvador Allende, el héroe para muchos, es visto desde el ámbito familiar con cierta ironía: por algo se le menciona como “Chicho” y no como “papá” o “abuelo”. En la película queda claro que el hombre que en Chile logró aglutinar fuerzas políticas y sociales y que muchos en el mundo admiraban, manejaba sus asuntos familiares con mano de estratega. Tencha, las hijas y los nietos que comenzaban a nacer formaban el compartimento familiar al que prestaba cotidiana atención, pero no era el único ámbito en que se volcaban sus afectos. Tras los muros de la casa familiar de la calle Guardia Vieja, Hortensia Bussi era el ancla, pero Salvador Allende era un capitán inquieto que navegaba hacia otros puertos.

Marcia menciona a la Payita, a cuya parcela del Cañaveral llegaban Salvador y su hija Beatriz, pero donde Isabel –la senadora lo proclama con orgullo– no estuvo nunca. La Payita, jefa de la secretaría privada de Allende en La Moneda y única mujer presente durante el bombardeo, ha pasado a ocupar un lugar en la historia de Chile. Isabel y Tencha se resignaron hace muchos años a admitir su presencia en la vida del Chicho. No sucede lo mismo con Gloria Gaitán, la colombiana que acompañó al Presidente en sus últimos meses de vida, cuya existencia es ignorada por la familia y que, conforme al tabú familiar, no es mencionada en la película.

Otro hecho que queda fuera de Allende mi abuelo Allende es el del hijo que Tencha tuvo como madre soltera y que el futuro Presidente se negó a aceptar. Para unirse a Salvador Allende, Tencha quemó sus naves y se separó para siempre de su hijo, un hecho que hasta el último día dio a Salvador un poder total sobre ella.

Allende mi abuelo Allende no es solo un registro de hechos, preguntas, respuestas e imágenes, sino sobre todo una conmovedora película de indicios. Como en otras familias, bajo la imagen exterior del núcleo Allende-Bussi bullían los secretos, las tensiones, las traiciones. En el intento de saber quién era el Chicho, Marcia Tambutti ha ido lo más lejos que le permitían sus fuerzas y la disposición de sus íntimos a hablar. No se ha limitado a la conversación tras los muros familiares, sino que ha entrevistado a diversas personas que frecuentaron a Salvador Allende. Para bien de este documental y gracias al talento de debutante en el cine de Marcia Tambutti y a la maestría de sus colaboradores, las voces de esos testigos solo se oyen en off como parte del relato, sin la dispersión que habría acarreado el desfile de sus rostros. Allende mi abuelo Allende sigue siendo hasta el final una historia de familia, casi una obra de teatro de cámara.

Entre las voces que se escuchan está la de Víctor Pey, recientemente condecorado por el rector Ennio Vivaldi en la Casa Central de la Universidad de Chile con motivo de su centenario en una emocionante ceremonia a la que –cosa extraña, pero no tanto– no llegó nadie de la familia Allende, una familia de misterios, tabúes y entuertos.




Isabel Allende Bussi… ¿futura Presidenta de Chile?














Desde que asumió la presidencia del Partido Socialista, la senadora Isabel Allende se ha convertido en personaje clave de la escena política. Fue la primera en reconocer la existencia de las precampañas y junto con reiterar el apoyo del PS a la Presidenta Bachelet, se adelantó a adoptar un tono moderado acorde con el viraje político que despuntaba en el horizonte. A la vez, se ha pronunciado por el cierre del presidio de Punta Peuco y la degradación póstuma de Manuel Contreras.

Mientras Ricardo Lagos, Insulza y otros se ofrecen ansiosamente para salvar al país, en su estilo sereno Isabel Allende progresa entre los presidenciables de la Nueva Mayoría y, dada la importancia que la personalidad de los políticos adquiere a medida que se acercan al poder, aumenta el interés por conocerla.

A comienzos del siglo pasado, en su libro El papel del individuo en la historia, el ruso Gueorgui Plejánov reconocía que “gracias a las peculiaridades de su carácter, ciertos individuos pueden influir en los destinos de la sociedad; a veces, su influencia llega a ser trascendental”. Pero advertía que “tanto la posibilidad misma de esta influencia como sus proporciones son determinadas por la organización de la sociedad, por la correlación de las fuerzas que en ella actúan”. En medio del debate algunos preguntaban: “¿Cómo habría sido la historia de Europa si Napoleón hubiera muerto en la primera batalla?”. Tratándose de nuestro país, podemos preguntarnos: ¿cómo habría sido nuestra historia reciente si Rodrigo Ambrosio, el visionario fundador del MAPU, no hubiera muerto en un accidente; si a Jaime Guzmán no lo hubiesen asesinado; si Gladys Marín no hubiera sido derrotada por el cáncer; si los dirigentes asesinados por los militares hubieran seguido con vida?

Desde que Plutarco escribió sus Vidas paralelas sobre los grandes de Grecia y de Roma, las biografías de políticos y gobernantes han sido fuente insoslayable para explicar los fenómenos históricos. Por encima del jarabe empalagoso de las biografías autorizadas o escritas por encargo, el estudio descarnado de tales personajes revela las raíces psicológicas de actuaciones que marcarán la vida de sus contemporáneos y a veces significarán la muerte de muchos.

Por su carácter y personalidad, Isabel Allende Bussi emerge como la cara opuesta de Michelle Bachelet. La risa a flor de labios de Michelle, siempre lista para escuchar a la gente sencilla o bailar la Macarena, contrasta con la adustez del ceño de Isabel y la sonrisa medida que acostumbra a dispensar. La Presidenta Bachelet volvió a La Moneda gracias a un liderazgo emocional y a un programa del que no estaba del todo convencida: comenzó criticando la idea de la gratuidad de la educación antes de subirse a ese carro y puso de ministro del ramo a un economista neoliberal egresado del Verbo Divino, el colegio más elitista de Chile, y analfabeto en materias de educación, que nunca había posado sus pies en una escuela pública y que el día que tuvo que hacerlo llegó vestido de Armani.
La gente estuvo dispuesta a perdonar a la Presidenta el Transantiago, pero no los negocios de su hijo tarambana y su nuera de rompe y rasga, con el consiguiente derrumbe de su imagen. En esas circunstancias, parecería que se acerca la hora de la senadora Allende, cuyo liderazgo más sobrio y cerebral puede satisfacer mejor las aspiraciones de los chilenos y dar continuidad a la Nueva Mayoría. Isabel heredó de su padre y de su madre la tenacidad a toda prueba. Durante 30 años Salvador Allende bregó por la nacionalización del cobre y al llegar al Gobierno la hizo realidad.

En sus 17 años de exilio, su viuda Tencha Bussi, flanqueada por su hija Isabel, fue echando las bases de la Fundación Salvador Allende (FSA), que cuajará en 1990. Tenazmente, Tencha e Isabel recuperaron más de 500 obras de arte obsequiadas al Gobierno de la Unidad Popular por pintores y escultores de diversos continentes, en muchos casos a través de Miria Contreras, la Payita, así como obras donadas más tarde a organizaciones del exilio. Así nació el Museo de la Solidaridad Salvador Allende, uno de los fondos de arte moderno más importantes de América Latina.

Tras el fallecimiento de Hortensia Bussi en 2009, su hija ha demostrado su carácter al reorganizar la FSA y la Fundación Arte y Solidaridad que administra el museo. A la cabeza de la FSA incorporó a dos ex ministros de la Concertación que actúan en el mundo empresarial: Osvaldo Puccio, como presidente, y Enrique Correa, vicepresidente. Bajo el ojo de Isabel, la dupla Puccio-Correa ha modernizado ambas fundaciones, “desvinculando” a los jefes históricos y reemplazándolos por expertos más jóvenes sin figuración política. La fundación del museo administra hoy un presupuesto de unos 230 millones de pesos anuales, y la FSA, la cuarta parte de esa cifra. Ambas mantienen convenios con diversas entidades.

Isabel Allende ha dado especiales poderes a Enrique Correa, única persona que participa en los directorios de las dos fundaciones y que exigió sin contemplaciones la renuncia al pintor José Balmes, antiguo director del museo. Correa, contrariamente a otros operadores, ha afirmado su condición de lobbista por cuenta de grandes grupos empresariales ‒no le hace asco ni a Penta ni a Soquimich‒, aunque mantiene reserva sobre sus actividades. Gracias a la puerta giratoria de ministros y altos funcionarios de la Concertación y de la Nueva Mayoría que van y vienen entre el Gobierno e Imaginaccion, la sociedad de Correa, el vicepresidente de la FSA ejerce enorme poder desde las sombras y, como el perejil, está presente en todos los guisos.

Hace un año, Correa fue invitado a opinar ante la Comisión de Hacienda de la Cámara Alta sobre la reforma tributaria. Ante el escándalo que despertó la insólita invitación, Isabel Allende, presidenta del Senado, defendió personalmente al vicepresidente de la FSA en los siguientes términos: “Ha sido de los pocos que claramente, con mucha transparencia, ha reconocido que es una empresa lobbista. Imaginaccion no sólo hace lobby sino además es una de las empresas más reconocidas por las encuestas en términos de opinión pública. Por lo tanto, si quiere exponer, parece que no hay ningún problema". Aunque a la postre Correa no compareció, la vicepresidencia de la FSA sigue brillando en su pecho como una condecoración.

Tanto Michelle Bachelet como Isabel Allende perdieron a sus padres a raíz del golpe del 73 y han debido enfrentar la tragedia familiar. Además, ambas han sufrido a causa de sus hijos, y en sus reacciones se reflejan las diferencias de sus caracteres. El caso Caval fue demoledor para la Presidenta, que hasta hoy no logra reponerse. Hace cinco años, el suicidio del hijo primogénito de Isabel Allende asestó a la senadora un golpe terrible. Aunque una madre no puede recuperarse de un hecho así, Isabel ha conseguido la estabilidad: “El recuerdo de la muerte de mi hijo es puro dolor. Uno aprende a vivir con eso, pero siempre está adentro. Lo de mi hijo ha sido mi peor tragedia. Es una tristeza que no se va, nunca se va. Pero desde el principio asumí que si él tomó esa decisión fue porque así lo vivió, así lo sintió, y él tiene que haber pensado en ese momento que era su mejor alternativa. Yo lo respeto. Eso me ha dado mucha tranquilidad”, dijo a una periodista.

Antes que Isabel Allende y luego conjuntamente con ella, su madre, Hortensia Bussi, enfrentó la muerte trágica en el seno de la familia con fortaleza impresionante. Primero fue el suicidio de Ciro Bussi, el padre de Tencha, y en 1973, la muerte del Presidente, su marido. Trasladada junto a la urna con los restos de Allende hasta el Cementerio Santa Inés de Viña del Mar, Tencha se mordió su dolor ante los militares. “Estos no me van a ver llorar, me dije”, y dirigiéndose a los sepultureros exclamó: “Quiero que sepan que estamos enterrando a Salvador Allende, Presidente de Chile”. Cuando su hija Beatriz, “Tati”, se suicidó en Cuba, Hortensia e Isabel viajaron a La Habana. Tencha habló ante el ataúd sin una lágrima; el dirigente cubano Carlos Rafael Rodríguez comentó: “Esta mujer tiene unos ovarios del porte de una catedral”. Un mes y medio antes del golpe, cuando su edecán naval Arturo Araya fue asesinado, Salvador Allende había llorado en La Moneda.

Contrariando la voluntad de su padre que quería que fuese a acompañar a Tencha, Isabel Allende, que no tenía actividad política significativa, se presentó el 11 de septiembre de 1973 en La Moneda, un lugar que visitaba poco para no encontrarse con la Payita, que dirigía la secretaría del Presidente. “¿Qué haces aquí?”, exclamó sorprendida Beatriz, su hermana revolucionaria dispuesta a dar la vida con un arma en la mano. “Lo mismo que tú”, respondió Isabel, mostrando su temple en ese lugar donde rondaba la muerte.
Aunque Isabel aparece como heredera política del Presidente Allende, su estilo está lejos del temperamento exuberante de su padre y se asemeja al de Hortensia Bussi, que era contenida y poco efusiva. La carrera de Isabel Allende despegó lentamente en el exilio, donde hubo de encarnar junto a Tencha la memoria viva de Salvador Allende en viajes incansables. Al regresar a Chile fue elegida diputada y desempeñó durante un año la presidencia de la Cámara y luego fue la primera mujer en presidir el Senado. En ambos casos, los parlamentarios de todo el arcoíris reconocieron su ecuanimidad y buen manejo.

Hortensia Bussi, que de joven había sido más radical que Salvador Allende, durante el gobierno de la UP y en el exilio fue más moderada que su marido, una moderación que su hija Isabel heredará. A Tencha e Isabel las irritaban los GAP, esos guardaespaldas aparatosos que rodeaban al Mandatario y circulaban por la casa con las armas desenfundadas. La admiración de Tencha hacia Fidel Castro era menos entusiasta que la de Allende y tras la muerte del Presidente las aguas se dividieron: mientras Beatriz –con su hija y su marido cubano– partió a la Cuba socialista, Tencha e Isabel se fueron al México capitalista.

Allí estaban el día en que Fidel Castro envió un avión a buscarlas, pero Isabel y su madre rechazaron el ofrecimiento. Cuando el gobernante cubano llegó a Chile en 1996 a una Cumbre Iberoamericana, en el encuentro con el Partido Socialista Hortensia Bussi, dirigiéndose al “Presidente Fidel Castro”, leyó un alegato a favor de la democracia en Cuba que irritó al líder cubano y a muchos asistentes. El discurso escrito se lo pasó en la tribuna su hija Isabel.

Un aspecto difícil de manejar para Isabel Allende han sido las reiteradas y públicas infidelidades que jalonaron la vida matrimonial de su padre. No es fácil para una hija aceptar que el jefe de familia mantenga ostentosas relaciones extramuros e incluso se prodigue como el hombre de la casa en otros hogares. Beatriz, cómplice del Chicho y distante de su madre, era íntima de la Payita como antes lo había sido de Inés Moreno, gran amor de Salvador. A Isabel, en cambio, esas aventuras la herían profundamente y siempre solidarizó con su madre humillada.

Tras la muerte de Hortensia Bussi, Isabel Allende ha sido la única representante y portavoz de su familia. En esa calidad ha presentado una imagen íntima de su padre a partir del ángulo de observación muy limitado que tuvo como hija menor, siendo que en realidad la vida de Salvador Allende iba mucho más allá de la casa familiar de Guardia Vieja. Isabel ha preferido ignorar la intensa relación que Salvador Allende tuvo a partir de enero de 1973 y hasta el día de su muerte con la colombiana Gloria Gaitán, que había desplazado a la Payita y le ofrecía consuelo en medio de la crisis. Las amargas confidencias que Salvador hizo a Gloria en ese período son de enorme importancia para comprender el estado de ánimo del Presidente cuando su Gobierno se adentraba en un callejón sin salida. Al morir Allende, Gloria esperaba un hijo suyo que perdió espontáneamente cuando regresó a Colombia, cosa que Isabel desmintió con una frase que desmentía poco: “A ella no la conozco, nunca la he visto”.

Igual que anteriormente su madre, la senadora ha querido tener la última palabra sobre la forma en que murió el Presidente Allende. Difícil empeño, pues la verdad definitiva de todo magnicidio es escurridiza, tanto que hasta hoy surgen nuevas teorías sobre la muerte de Julio César y para qué decir respecto de la de Kennedy. Hortensia Bussi avaló inicialmente la versión del suicidio de Allende con la metralleta regalada por Fidel Castro y más tarde adhirió a la teoría contraria, la del ametrallamiento por parte de los militares. Por último, su hija Isabel volvió a la versión del suicidio sobre la base de los testimonios de los médicos de La Moneda y de los expertos internacionales que examinaron los huesos de su padre. Al médico tanatólogo Luis Ravanal, que ha insistido en que Allende fue baleado, la parlamentaria lo ha tratado duramente, y cuando TVN emitió un programa que planteaba esa misma hipótesis, amenazó a sus autores con los tribunales.

El tiempo ha demostrado que la revelación de algunos rasgos personales de Salvador Allende, como su talante de seductor, el desmenuzamiento de los mitos que le gustaba tejer acerca de sí mismo y la revelación de algunos secretos que lo acompañaron, ayudan a comprender aspectos importantes de la carrera política, el ascenso hacia la cúspide, la conquista del Gobierno y la caída final del personaje, y entregan claves sobre la historia de Chile del siglo XX.

Un tema complejo, revelado por el autor de esta nota, fue el del hijo “ilegítimo” que Hortensia Bussi, madre soltera, tuvo a los 24 años con un médico, hijo que entregó para siempre a su padre biológico. Aunque los testimonios de personas sobrevivientes que intervinieron en ese episodio demostraron que Allende se negó en forma “intransigente” –esa es la expresión que repetía Tencha– a aceptarla con ese hijo, la senadora, en una entrevista reciente, junto con afirmar que se enteró de la existencia de ese hermano hace solo cuatro años, intenta negar ese rechazo de su padre que tuvo lugar cuando ella no había nacido.

Salvador Allende, venido al mundo en Santiago, fomentaba el mito de que había nacido en Valparaíso, ciudad que solo conoció a los 14 años. Igualmente Tencha Bussi, nacida en Rancagua, se decía porteña, del mismo modo que la diputada Laura Allende, hermana del Presidente, que en verdad había nacido en Tacna. Respecto de esta “valparaisitis” familiar, en el discurso que pronunció al ocupar la presidencia del Senado, Isabel Allende incurrió en un “lapsus” al decir: “Hace casi 48 años, un hombre que naciera en esta hermosa ciudad de Valparaíso asumía la presidencia del Senado”. La verdad es que en el Registro Civil de Portales se encuentra asentado que “Allende Gossens, Salvador Guillermo” nació en Santiago, en la casa de avenida España 615, a la una y media de la madrugada del 26 de junio de 1908, a dos cuadras del edificio donde un día tendrá su sede la FSA.

Isabel conoce desde hace varios años esa documentación, pero hasta hoy quienes desde Chile o el extranjero consultan la biografía oficial de Salvador Allende en la página de la FSA, se encuentran con que el Presidente aparece sin lugar de nacimiento, como si la cigüeña lo hubiera depositado en un repollo. Esta negación de un dato elemental parece justificar el sobrenombre de “fundación-boutique” que alguien dio a la FSA, en cuya biblioteca están vetados ciertos libros y documentos sobre Allende, como su partida de nacimiento.

Teniendo en cuenta que la senadora Isabel Allende se perfila como candidata, su tentación de negar hechos evidentes podría ser problemática si llegara a la Presidencia. Igualmente problemático sería que la relación que tiene con Enrique Correa se proyectara en La Moneda. Los chilenos, ansiosos de transparencia, querrían tener la seguridad de que la sucesora de Michelle Bachelet les dice la verdad y que las manos de Enrique Correa, el Rasputín criollo, están lejos de las palancas del poder.

En sus declaraciones recientes, la postura de la senadora Allende respecto de los viejos mitos y secretos que rodearon a su padre se ha flexibilizado. En ese diapasón, quienes han visto la película Allende, mi abuelo Allende, de Marcia Tambutti, hija de Isabel, en que la senadora es interrogada ante la cámara por Marcia, opinan que la obra constituye un emocionante exorcismo familiar que ha de ayudar a los descendientes de Salvador Allende a reconciliarse con un pasado doloroso y a superar las trancas.