EL MOSTRADOR
por Eduardo Labarca
La
revista Hola detonó la bomba y el
programa Corazón de la TV española se
dio un banquete: a los 79 años, Mario Vargas Llosa, el de las grandes novelas,
está de romance con Isabel Preysler, de 64, la de los grandes maridos. Ex
esposa de Julio Iglesias, del Marqués de Griñón y del poderoso ministro de Finanzas
Miguel Boyer, al que acompañó hasta su muerte, la aristócrata de sangre filipina
y española lleva cuatro décadas acaparando portadas en las revistas de papel couché y como rostro de la marca de
azulejos Porcelanosa, y ahora de su
línea de cosméticos My Cream. Él,
desde hace medio siglo subyuga a los lectores y a la crítica y ostenta un
rosario de premios literarios, incluido nada menos que el Nobel, así como el birrete
de miembro de la Real Academia Española de la Lengua.
Maravilla ver a Vargas
Llosa lanzado en esta aventura otoñal con el entusiasmo de algunos personajes
de sus novelas; y a ella, dar este paso con el talante de hermosa princesa que
siempre ha exhibido. Bien por Mario, bien por Isabel, y que les vaya bonito. Bien
por él, embelesado e incluso despeinado del brazo de la Preysler. Bien por el
corazón rejuvenecido del escritor, por el arrojo con que inicia este romance a
la edad en que muchos solo esperan la muerte. Bien por la locura adolescente del
peruano, ese renacimiento en que un hombre se redescubre a sí mismo y redescubre
un mundo luminoso, cuando el pecho, guiado por el amor y la pasión, se abre a
los demás propicio a tolerar, comprender y perdonar.
Bien
si hubiese sido así, pues habríamos dado la bienvenida a un silencio recogido
de su parte, a una sonrisa discreta o quizás a alguna reflexión o una página
cargada de generosidad. Pero no. ¿Qué ha llevado a Mario Vargas Llosa a
escribir en este trance de su vida uno de sus artículos más odiosos y violentos?
¿Acaso necesitaba demostrar o demostrarse que su palabra no había perdido el
filo, que los brazos de Isabel Preysler, acogiéndolo, no habían ablandado su
espíritu guerrero?
El tema escogido por
Vargas Llosa ha sido Grecia, la Grecia arrinconada por el Eurogrupo, los bancos
alemanes, el FMI, el Banco Mundial. Los griegos –salvo las castas que han
estrujado el país desde su independencia en 1830– en la ruina. Grecia empujada en
2001 a adoptar el euro por Alemania y Francia en connivencia con los jefes de
los partidos tradicionales del país –el de la Nueva Democracia y el Pasok pseudo
socialista, a cuál más corrupto– mientras algunos visionarios de izquierda y
economistas lúcidos advertían que la economía griega no resistiría dentro de una
misma moneda con los países europeos más desarrollados. Y cuando al cabo de los
años se extremaron la quiebra, la miseria, la desesperación, los suicidios,
cuando el país no dio para más, los griegos volvieron su mirada a la izquierda,
pusieron su esperanza en un nuevo partido, Syriza, y ungieron como primer
ministro a Alexis Tsipras.
Ese Tsipras enfurece a
nuestro Vargas Llosa a quien, en medio de su aventura romántica, le quedan tiempo
y bilis para escribir su artículo El caballero Cipolla y
el desvarío griego, en
el que profiere sapos y culebras contra el joven líder, comparándolo
con el hipnotizador del cuento de Thomas Mann. Recuerda Vargas Llosa que el
caballero Cipolla, “hombre
malvado, repelente y deforme pero dotado de una fuerza psíquica irresistible,
enajena a todo su auditorio y lo obliga a humillarse y hundirse en el ridículo
más espantoso”. Y pasa Vargas Llosa a la diatriba desbocada: “El espíritu del
caballero Cipolla está transustanciado últimamente en el joven, apuesto y
carismático primer ministro griego, Alexis Tsipras”. Así habla Vargas Llosa con
palabras que parecen dichas por don Fermín Zavala, el empresario admirador del
dictador Odría de su novela Conversación
en La Catedral, muy diferentes a las de su hijo Santiago, Zavalita, más
humano aunque menos exitoso que el padre. La descripción de Vargas Llosa que
sigue, aunque bastante caricaturesca, no estaría del todo mal si no fuese el
trampolín para una nueva andanada devastadora. Escribe:
“El líder de Syriza convenció a sus compatriotas de
que los terribles males que aquejan a su país son obra de la Unión Europea y el
Fondo Monetario Internacional, empeñados en humillar a Grecia luego de
destruirla económicamente, abrumándola de deudas y exigiéndole reformas
monstruosas que salvarían a los bancos pero empobrecerían más aún a sus
desamparados ciudadanos. También les hizo creer que, en vez de someterse a
estos poderes malignos, si Syriza ganaba las elecciones iniciaría una política
económica diametralmente opuesta a las de los Gobiernos anteriores, sirvientes
de la plutocracia internacional: repondría a los burócratas despedidos,
inyectaría fondos para dinamizar la economía y crear empleo y rompería todos
los compromisos con los organismos financieros, dejando de pagar la deuda, a
menos que los acreedores le concedieran una quita radical y admitieran que los
pagos se hicieran sólo en función del crecimiento económico. Los griegos le creyeron,
llevaron a Syriza al poder y ahora han confirmado su fe en la palabra del joven
carismático dándole un respaldo contundente en el reciente referéndum.”
La “descripción” de Vargas Llosa continúa con las
siguiente palabras: “Tsipras explicó a los griegos que el no le daría
fuerzas para negociar con más éxito en Bruselas, y los griegos ‒el 70% de
los cuales no quiere que Grecia se retire del euro ni de Europa‒ le
creyeron también y el 6l,8% de los electores votaron por el no.”
En este lugar del relato reaparece
tras un punto y seguido el Vargas Llosa tonante que dispara el siguiente, terrible
dictamen:
“Este resultado es pura y simplemente
manicomial. La única manera de entenderlo es recurriendo a la sinrazón y
poderes ocultos del caballero Cipolla.”
“Manicomial”… de manicomio. De locos es para Vargas
Llosa que un país asfixiado y maltratado trate de sacudirse la lápida de las
mega multinacionales, los mega bancos, las mega instituciones financieras, intente
liberarse con dignidad aunque sea en parte del poder asfixiante del sistema de
riqueza y pobreza polarizadas que impera hoy en la economía global. Vargas
Llosa, que también ostenta la nacionalidad española (España tiene actualmente
más de 5 millones de “parados”), llama en su condición de europeo a los griegos
a poner término a “este espectáculo lastimoso” porque, dice, “la receta es una
sola”, la que han seguido Portugal, España e Irlanda, a la que “más tarde o
temprano, tendrá que resignarse a seguir el pueblo griego una vez que descubra
que detrás de los magos y pitonisas a los que se ha rendido sólo había hambre
de poder, mentiras y vacío”.
En el pasado, algunos escritores que han dejado
huella imborrable en la literatura mundial abrazaron en la vida civil causas deleznables:
Céline, como furibundo antisemita y colaborador de los nazis; Ezra Pound, dirigiendo
mensajes radiales en inglés a favor de Mussolini; Jorge Luis Borges, entrevistándose
con Pinochet y calificándolo de “bondadoso” el mismo día en que los agentes del
dictador asesinaban en Washington a Orlando Letelier. A diferencia de ellos,
Mario Vargas Llosa se ha pronunciado vigorosamente contra todos los dictadores,
pero no vayan a pensar que por unas faldas de mujer iba a renunciar a su papel
de fiscal despiadado de la dictadura global de este siglo XXI: la de los
poderes financieros que controlan nuestras vidas.
Hoy, cuando habiendo ganado el plebiscito un Tsipras
triunfante recoge cañuela en un viraje inesperado y entra en vereda ante los
poderosos a cambio de concesiones mínimas, Vargas Llosa, satisfecho, podrá cambiarle
el remoquete de “caballero Cipolla” por un apodo más amable.