EL MERCURIO
REVISTA DE LIBROS
Domingo 17 de Julio de 2011
Parodia de la narrativa chilena
Mario Valdovinos
Siete textos forman esta novela sorprendente de Eduardo Labarca, más conocido por su práctica periodística y ensayística. Pueden también ser considerados capítulos o módulos, en el lenguaje del narrador que pretende inaugurar un nuevo género literario. Estos módulos están arquitecturados con un lenguaje pleno de un humor de buena ley. Se trata de conferencias y/o traducciones de otros textos referentes a autores, por lo general eruditos desconocidos, estudiosos, investigadores de remota vida académica.
Fuera de la actitud citadora, a la manera de Borges, el narrador básico incluye autores apócrifos junto a reconocibles y, simultáneamente, no elude las frecuentes alusiones a su obra, digámoslo así, real, la editada hasta hoy por Eduardo Labarca. Bajo la ironía, la parodia, el tono lúdico, la intertextualidad, se agazapan las autorreferencias. Pero no resultan egocéntricas y se ven como bien integradas al corpus novelesco, en el que, raro en nuestra narrativa, hay un sostenido tono festivo.
Como plan argumental, la novela elabora una crítica relativa a los escritores que han dominado la escena literaria de nuestro país en las últimas décadas. El narrador básico no elude la autoparodia ni el cuestionamiento a sí mismo, si bien explicita su fusión con la obra ya editada de Eduardo Labarca.
La novela se abre con una introducción del emérito profesor Lupus Thoruld y los momentos mejor logrados con esta eficaz técnica literaria corresponden a los viajes del protagonista, el mismo Eduardo Labarca, quien conduce un anacrónico Lada blanco, por diferentes universidades europeas, como estrambótico conferencista, en cuyos comentarios ironiza a íconos y fetiches de nuestras letras.
Versan sus dirsertaciones, a veces con el estilo vertiginoso de los mails, sobre la República de las Letras, la presencia de la ciudad en la literatura latinoamericana, la figura de José Donoso, la nueva narrativa chilena, las editoriales emergentes, las revistas culturales y el modo de fabricar best sellers.
También pone su discurso en relación con los contextos, ya sean los años dictatoriales o los democráticos y se mofa de la intertextualidad, creando una atmósfera corrosiva que pulveriza el marketing libresco y las fábricas editoriales de éxitos literarios.
Así, inventa a autores de nombres como: Isabel Aliende, Luis Sepur, Antonio Skarpa...
Las acciones están ilustradas por Fernanda Krahn y si bien la intriga novelesca no es ascendente, el relato se cierra en un buen nivel.
Paradójicamente, el módulo más literario resulta ser la experiencia in situ del periodista Eduardo Labarca, a propósito de la muerte del Che Guevara, 1967, en la selva boliviana.
El enigma de los módulos. Eduardo Labarca. Editorial Catalonia, Santiago, 2011, 150 páginas, $9.270. NARRATIVA
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EL MERCURIO
Revista Sábado
Santiago de Chile
Sábado 5 de febrero de 2011
Leer
Rodrigo Pinto
El enigma de los módulos
¿Quién es Eduardo Labarca? Tal podría ser una buena pregunta después, y no antes, de leer El enigma de los módulos, una obra nada de convencional que cabalga en el filo de los géneros de la narrativa y del ensayo y que, como ya es una tendencia en la literatura contemporánea, tiende a borrar los límites entre la biografía y la imaginación y a fundir en una sola (o varias, en este caso, lo que es todavía más provocativo) las figuras del autor, del narrador y del protagonista. Labarca inventa historias, se desdobla como personaje y juega a las cajas chinas con la estructura de la obra, pero también hay mucho de biografía y de experiencia personal.
El autor de novelas como Butamalón y Cadáver tuerto y de Salvador Allende. Biografía sentimental, una excelente aproximación a la figura del ex Presidente, se sitúa esta vez en el primer plano de la narración. En efecto, ya se trate de Eduardo Labarca, escritor radicado en Viena, o de Eduardo Labarca, empleado de una clínica del barrio alto, o de Eduardo Labarca, periodista que estuvo en Bolivia y vio el cadáver del Che Guevara antes de que le amputaran las manos, es Eduardo Labarca, escritor y periodista, quien da conferencias por Europa (aunque después, para justificar quizá el doble y triple juego de máscaras que hay en ellas, prefiera llamarlas módulos) y aborda temas como la narrativa chilena en los 90, el significado de la figura del Che Guevara o cómo se hace un best seller (chileno). Los personajes de esta última son Isabel Aliende, Luis Sepur, Antonio Skarpa, un editor llamado Tucho Lagos y, por supuesto, Labarca, y contiene no sólo un despiadado análisis de la industria del libro, sino también una sátira feroz sobre los fabricantes de productos seriales.
En "Escritores cibernéticos", retrata con humor y precisión lo más importante de la narrativa chilena en los 90; en "Un viaje hacia Munich", revisa una figura icónica de la izquierda latinoamericana con remarcable lucidez e ironía, con un Labarca-personaje que se luce en el múltiple juego de espejos que el narrador introduce entre un tren y otro, entre una década y otra. Son algunos de los módulos que componen un libro donde brillan el juego y la agudeza, la burla y el juicio severo. La portada -Labarca matando figurativamente al padre literario de varias generaciones, Jorge Luis Borges- desató una polémica que ojalá no evite lo principal, que se lea y se hable del libro.
Eduardo Labarca, Catalonia,
Santiago, 2011. 149 páginas.
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LA NACIÓN
Santiago de Chile
Martes 5 de febrero de 2008
Hay que felicitar a Eduardo Labarca
Por Sergio Muñoz Riveros
ANÁLISIS
“Salvador Allende, biografía sentimental”
Labarca escribió no sólo una biografía sentimental, sino con buenos sentimientos. Humaniza a Allende al contar lo que cuenta, aunque eso incomode a quienes preferirían conservar la imagen del luchador sin flaquezas.
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Eduardo Labarca Goddard, abogado y escritor, publicó a fines del año pasado la más penetrante biografía de Salvador Allende escrita hasta hoy. Se trata de una obra que le demandó cinco años de trabajo, en los que, consciente de que iba a meterse en honduras, se preocupó de que cada dato estuviera debidamente respaldado, para lo cual entrevistó a decenas de personas.
Labarca se atrevió a incursionar en una faceta de la personalidad de Allende de la que se habló en sordina durante décadas: su condición de seductor compulsivo. Había no pocos antecedentes sobre sus amores fuera del matrimonio, pero eran coto vedado en términos públicos. Un pacto no escrito de los periodistas decía que la intimidad de los líderes políticos debía quedar fuera de las crónicas. Los historiadores también aceptaban tal criterio. Eso terminó con este libro.
Entrar en la vida amorosa de Allende era particularmente delicado, no sólo porque había mucho que contar y se podía herir la susceptibilidad de la familia y de otras personas, sino sobre todo porque fue muy dramática su muerte en La Moneda y cada día que pasa es más evidente que se va convirtiendo en leyenda. Y, como sabemos, las leyendas "no son de este mundo", del mismo modo que las estatuas no dan explicaciones. Pero omitir un rasgo tan esencial del carácter de Allende como su vocación de conquistador implicaría bloquear el conocimiento cabal del ser humano que él fue. Y siempre será provechoso tratar de ver a la persona que está detrás del personaje.
Existía el riesgo de que el intento de Labarca se interpretara como expresión de morbo. Al fin y al cabo, es natural la curiosidad por asomarse a la vida privada de los personajes. Pero el contexto del libro echa por tierra tal recelo.
Labarca conoció bien a Allende, dado que su padre fue amigo y colaborador suyo antes de que él llegara a la Presidencia. Es alguien por el que siente sincero afecto. Escribió no sólo una biografía sentimental, sino con buenos sentimientos. Humaniza al líder al contar lo que cuenta, aunque eso incomode a quienes preferirían conservar la imagen del luchador sin flaquezas.
El libro muestra a Allende en todas las etapas de su vida y eso permite al lector ir construyendo un retrato complejo, lleno de matices, en el que van sobresaliendo los rasgos que más tarde lo definieron como Presidente.
La obra va mucho más allá del relato de las relaciones amorosas de Allende. Es muy reveladora respecto de las circunstancias de su vida, de su mundo familiar, de sus motivaciones políticas y, por cierto, de la época en que le tocó vivir. Puede decirse incluso que aporta más elementos sugerentes desde el punto de vista político que las biografías que se han concentrado explícitamente en ese ámbito.
Por ejemplo, hasta hoy no se habían entregado antecedentes tan elocuentes como los aportados por el libro sobre la magnitud de la presencia cubana en Chile en el período 70-73. Allende fue durante la mayor parte de su vida pública un hombre identificado con la institucionalidad democrática, un izquierdista moderado, cuya principal forma de acción política fueron las campañas electorales. No era un jacobino ni un doctrinario marxista. Sin embargo, en los años de la UP, actuó de manera contradictoria frente a quienes consideraban que su Gobierno era "insuficientemente revolucionario" y lo presionaban para que lo fuera mucho más. Su discurso del período 70-73 tiene abundante retórica de enfrentamiento, tributaria de una visión semejante a la del MIR y los comunistas cubanos. Es un aspecto que merece ser estudiado a fondo por razones de rigor histórico.
Hay una biografía pendiente que se deriva del libro: la de Beatriz Allende, la hija mayor que se casó con un miembro de la inteligencia cubana y se suicidó en La Habana. Es una historia dramática, pero que necesita ser contada para entender mejor lo que fue el Gobierno de la UP y, en particular, la influencia de Beatriz sobre su padre.
Las páginas dedicadas al 11 de septiembre son estremecedoras. Es el día en que Allende cruzó el umbral de la historia al actuar con un coraje que no puede sino inspirar respeto. En las horas del acoso militar a La Moneda, y sobre todo cuando se produjo el bombardeo, él mostró toda su estatura moral. El libro describe sus esfuerzos por salvar a sus hijas y a las mujeres que trabajaban en la sede de Gobierno. Es entonces que decidió entregar su propia vida como gesto de dignidad en medio de la indignidad.
Hay que felicitar a Eduardo Labarca por este trabajo que es un ejemplo de apego a la verdad.
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EL MERCURIO
Santiago de Chile
Domingo 2 de diciembre de 2007
Allende, el seductor, el cazador, el coleccionista
Por Óscar Luis Molina
Lejos de la estridencia, la investigación de Eduardo Labarca sobre la vida más personal del ex Presidente destaca por el tratamiento de los personajes y, sobre todo, la ausencia de sociologismos o historicismos.
Esta biografía está acuciosamente documentada. Pero esto no se advierte. Primera gracia de Eduardo Labarca, narrador experimentado que quizás ha alcanzado la cima de su oficio. Su protagonista es Salvador Allende, todo un personaje en la vida real antes de ser convertido aquí en literario. Los personajes laterales -nada secundarios- son un enjambre de mujeres simultáneas y sucesivas, cada una también -y esto sí que es extraordinario entre nosotros- un personaje, un individuo, no una mera madre. Todos están incluidos en una biografía que se constituye en novela con pronunciado sesgo trágico, como todas las buenas novelas. Con esto digo que no hace falta haber vivido aquellos años y sucesos "reales" a que se hace referencia. Esos años y sucesos viven aquí, suficientes, en el texto. ¿Acontece esto en todas las biografías? No acontece. La mayoría alcanza sólo a documento historiográfico o a simple crónica. Segunda gracia, no menor, de este libro.
La narración se abre en la madrugada del 5 de septiembre de 1970, luego del triunfo electoral que finalmente entrega la presidencia a Salvador Allende. ¿Qué hace entonces, después de concluir una conferencia de prensa? Se refugia en un departamento de la calle Bueras. ¿Con quién? Dice Labarca: "En ese instante, en ese rincón de la capital, se unen dos órbitas de la vida de Salvador Allende. Una... llega hasta los hechos de las últimas horas... y llegará hasta su muerte. Pero existe otra órbita que viene de más antiguo y hunde sus orígenes en el medio eminentemente femenino que rodeó a Salvador Allende desde su nacimiento. Esa órbita gira en torno de la necesidad que siempre ha tenido Allende de rodearse de mujeres... Ambas órbitas se entrecruzarán en los tres años que se inician, para unirse trágicamente el día de la muerte del Presidente".
¿Es adecuado el eje que adopta Eduardo Labarca para narrar? Creo que lo es, y mucho, que ha sido una opción perspicaz e iluminadora. Permite articular como quizá ninguna otra, la vida más personal con la más pública de Salvador Allende. Y sin que haga falta recurrir a sicologismos, sociologismos o historicismos con pretensiones explicativas. El relato, si bien hecho, es bastante, y éste es el caso.
Desde niño mostró Allende afanes declamatorios. Desde muy joven se ocupó de su aspecto. Siempre trató de permanecer rodeado de algún público. Desde niño se encontró saturado de "madres", lo que dejó huellas como demuestra su desinterés por la música. De mayor se interesó en mujeres próximas al teatro, es decir individuales, múltiples, flexibles aunque a las veces de implacable matiz trágico. Muy pronto pasó de seductor pasivo (séduisant dirían los franceses) a activo cazador (séducteur, dirían ellos), y enseguida a coleccionista (también de arte). No resulta extraño que esta pasión alimentara también su tenacidad política, su persistente afán de poder. Pues la seducción es una forma básica de ejercicio del poder, como saben muy bien los actores y también supieron Mitterrand en Francia y Arturo Alessandri en Chile, por citar otros dos casos eminentes. A tal punto parece esto cierto que no hubo circunstancia decisiva en la cual Allende no esté acompañado o busque la compañía de una mujer o de varias que finalmente lo aman a sabiendas de las otras.
El relato se cierra cuatrocientas páginas después de su apertura con las que parecen haber sido las últimas palabras del Presidente antes de morir en la Moneda: "¡Cierre la puerta!". Y hace ya tiempo que sabemos, desde que Diderot lo consignara en más de uno de sus "salons", que abrir y cerrar puertas es procedimiento teatral central y básico. Y así acaba la novela de una vida, digo yo que también articulada decisiva y simbólicamente por el teatro, actividad de suyo séduisant y séductrice, seductora.
Posee, en fin, esta biografía una tercera gracia: escapa de los fáciles extremos de la exaltación o el vituperio. En su contundente envergadura alientan mujeres de carne y hueso, de letras, y sobre todo un protagonista comprensible y hasta querible, acunados en una narración animada por una pasión compartida, compasión que se dice, y no por juicios taxativos. Ya es bastante decir en los tiempos que corren.
Salvador Allende. Biografía sentimental
Eduardo Labarca
Catalonia, Santiago, 2007, 427 páginas, $16.300.