por Eduardo Labarca
Publicado en El Mostrador el 3 de septiembre de 2017
En
un documental de su autoría sobre la Isla de Pascua, que es a la vez un
reportaje y un manifiesto, Marco Enríquez-Ominami se abre a la eventualidad de
la independencia de Rapa Nui. Por primera vez un candidato a la presidencia admite
públicamente que la Isla de Pascua es una colonia de Chile.
Impulsado
por mi interés por la isla y sus habitantes que se arrastra desde los años 70
del siglo pasado, cuando hice varios viajes a Rapa Nui con fines periodísticos
y cinematográficos, concurrí al estreno en el cine Normandie del documental Rapa Ariki Matatoa: Isla de Guerreros. La película, presentada como parte de
la campaña del tenaz presidenciable —quizás yo era el único de los presentes
que no ha adherido a la candidatura de ME-O— se aparta de las imágenes paradisíacas
de estatuas, música, guirnaldas y baile con ondulaciones del “caúja” que nos
muestran los noticiaros y matinales de TV o figuras como Cecilia Bolocco. En
las entrevistas realizadas por ME-O y en sus propios comentarios que recorren
la película, se entra de lleno al tema de fondo.
Todos
los isleños entrevistados —el alcalde Petero Edmunds, presente en el estreno de
la película, el presidente del Parlamento Rapa Nui, Leviante Araki, la
dirigente Erity Teave y otras mujeres y hombres que ejercen liderazgo en la
isla— coinciden en que Rapa Nui es un colonia, en que no se sienten chilenos y
que aspiran a la independencia. Solo el rey Valentino Riroroko, descendiente
del antiguo monarca llevado a Valparaíso donde murió sospechosamente, responde con
política picardía acerca de si se considera chileno: “Es una pregunta que no se
la voy a contestar”.
Enríquez-Ominami,
entrevistador opinante, concluye frente a la cámara que hay tres salidas posibles:
“Uno, mejorar la relación administrativa del Estado de Chile con Rapa Nui; dos,
autonomía; tres, independencia.”
En un delirio de grandeza colonial, Chile se
apoderó en 1888 de Rapa Nui, isla situada a 3.700 kilómetros de nuestra costa, durante
el gobierno de Balmaceda en momentos en que las potencias occidentales se
repartían las islas polinésicas: Inglaterra se había anexado Nueva Zelanda, y Francia,
las Islas Marquesas y las Islas de la Sociedad, entre ellas Tahití y Bora-Bora.
El capitán de fragata Policarpo Toro escribió al gobierno que Chile debía
apoderarse de la isla para "evitar que una potencia extranjera, tomando
posesión de ella, nos amenace desde allí”. Más tarde, en 1898 Estados Unidos se
anexará Hawái y los ingleses impondrán un protectorado al reino de
Tonga y a las Islas Cook.
Étnica y culturalmente los
rapanui nada tienen que ver con Chile, nación sudamericana nacida del mestizaje
de españoles con mapuches y otros pueblos originarios del continente. Los orígenes, el pasado y el presente de
Rapa Nui, su lengua, su cosmovisión, su música, sus danzas, su folclor, su
mundo imaginario, su sociabilidad pertenecen al vasto y disperso espacio
etnogeográfico de Polinesia, que en el corazón del océano Pacífico tiene su
ápice en Hawái, el extremo occidental en Nueva Zelanda y su cabo
oriental precisamente en Rapa Nui, Te Pito O Te Henúa, el Ombligo del Mundo,
que su “descubridor”, el almirante holandés Jacobo Roggeveen, al realizar una
carnicería de nativos bautizó piadosamente como “Isla de Pascua”.
A la llegada de los chilenos en el siglo antepasado, el
pueblo rapanui tenía a sus espaldas más de un milenio de historia y un pasado
de espléndido desarrollo social, cultural, religioso y artístico, de lo que dan
testimonio novecientos moai, esas imponentes estatuas megalíticas que
constituyen un tesoro de la humanidad, y las famosas “tablillas cantadas”, con la
misteriosa escritura rongorongo. Sin
embargo, la población se hallaba reducida a menos de doscientas almas como
resultado de una crisis ecológica y alimentaria, las epidemias traídas por los
navegantes europeos y una veintena de expediciones de cazadores de esclavos que
habían secuestrado a más de 1.700 rapanui para llevarlos principalmente a las
guaneras peruanas.
En 1888 el rey Atamu Tekena firmó con Policarpo Toro, capitán de la
corbeta Angamos, un tratado por el que Chile asumía una soberanía protectora
sobre Rapa Nui, cuyo pueblo conservaría a sus jefes y sus formas de vida. Hasta
hoy los rapanui han cumplido fielmente sus compromisos, no así el Estado de
Chile que inscribió las tierras de la isla como propiedad fiscal y negó desde
ese día todo derecho civil y político a los rapanui, concentrándolos en el
gueto de Hanga Roa cercado por alambres de púa y prohibiéndoles salir por la
noche y viajar fuera de la isla. Un tiempo Rapa Nui quedó en manos de la marina
de guerra que impuso a sus habitantes un represivo y violento régimen de
cuartel y luego fue dada en arriendo por el Estado chileno a la Compañía
Explotadora de Isla de Pascua, perteneciente a la empresa británica Williamson
& Balfour, cuyo administrador incendió los cultivos de los rapanui y los
obligó por hambre a trabajar en virtual esclavitud como pastores de ovejas.
Además, los rapanui debían cumplir trabajo forzado para la Marina un día a la
semana. En 1953, al término del arriendo, la Armada recuperó el control total
de la isla y procedió a reprimir y humillar sistemáticamente a sus habitantes con
castigos consistentes en raparles la cabeza, atarlos a una higuera, azotarlos en
público o encerrarlos en la “cárcel de piedra”.
En
1966, durante la presidencia de Eduardio Frei Montalva se concedió por ley la
nacionalidad chilena a los rapanui y el derecho a salir de su isla. Actualmente,
según el Parlamento Rapa Nui, “la nación ma’ori- rapanui vive bajo la
administración colonial del Estado de Chile, quien posee ilegalmente, en
calidad de tierras fiscales, más de 80% del territorio de la isla. Se incluyen
en estos terrenos el Parque Nacional Rapa Nui, que ha sido declarado patrimonio
cultural de la Unesco pero en el cual, paradójicamente, los rapanui no tenemos
ningún tipo de derecho territorial ni sobre sus recursos”.
Variado
ha sido el tratamiento de los presidentes y políticos chilenos hacia Rapa Nui. A
fines de los años 20 y comienzo de los 30 del siglo pasado, el dictador Carlos
Ibáñez del Campo relegó a la isla a dirigentes obreros y sindicales. Más tarde,
el gobierno de Eduardo Frei Montalva acusó al profesor Alfonso Rapu, elegido
alcalde por los isleños, de conspirar a favor de una unión de Rapa Nui con la
Polinesia Francesa, por lo cual fue detenido y procesado mientras un
contingente de carabineros viajaba a la isla a poner orden, apalear y
encarcelar a los “revoltosos”.
Salvador
Allende, que como parlamentario había recorrido cada centímetro del territorio
continental del país, viajó brevemente por única vez a Rapa Nui en febrero de
1968 acompañando como vicepresidente del Senado en el avión Lan, con destino
final en Tahití, a los tres combatientes cubanos y un guía boliviano
sobrevivientes de la guerrilla del Che que en su huida habían llegado a Chile.
A su regreso se refirió con amargura al alcoholismo que había observado entre
los pascuenses pero no mencionó los padecimientos de los rapanui ni el injusto destino
de la isla. Durante el gobierno de la Unidad Popular no hubo debate sobre el
tema y más tarde, cuando aterrizaron efímeramente en Rapa Nui y se
fotografiaron con guirnaldas al cuello, el dictador Pinochet y los presidentes
de la democracia que lo sucedieron nunca llegaron en visita especial, sino solo
como escala en un vuelo hacia otros destinos.
Salvo
una que otra frase, para la izquierda chilena la isla de Rapa Nui y el drama de
sus habitantes no ha sido nunca un tema relevante. Elías Lafertte, fundador y
presidente del Partido Comunista, desterrado a Rapa Nui en 1929 junto o otros
dirigentes obreros, recuerda en sus memorias que los isleños los tomaron bajo
su protección y les llevaban generosamente comida, gracias a lo cual sobrevivieron
sin pasar hambre. Respecto de las condiciones de cuasi esclavitud en que vivían
los rapanui no hay una sola palabra de su parte, aunque sí condena por faltar
“a la decencia que caracteriza a los comunistas” a dos relegados que “se fueron
a vivir maritalmente con nativas de la isla”.
En
el debate parlamentario de 1968 que dio lugar a la ley que por primera vez reconoció
ciertos derechos básicos a los habitantes de Rapa Nui, los diputados comunistas
Orlando Millas y César Godoy Urrutia, el radical Exequiel González Madariaga y
los senadores Raúl Ampuero, socialista, Víctor Contreras Tapia del PC y Luis Bossay
del PR denunciaron, basándose especialmente en informaciones periodísticas, el
maltrato que padecían los isleños, exigieron su término y el derecho de los
rapanui a elegir sus autoridades, incluso un diputado; esto último fue
rechazado. De los participantes en el debate, solo el senador Ampuero conocía
Rapa Nui por haber viajado a la isla... diez años antes. El entonces diputado
democratacristiano Jorge Lavandero fue el único parlamentario que al referirse
al sistema brutal imperante en la isla se atrevió a usar la palabra “colonial”.
Cuando
están por cumplirse 130 años de la anexión, las palabras “colonia” e
“independencia” que Marco Enríquez-Ominami y sus entrevistados repiten
reiteradamente en la película no se han escuchado en boca de ninguno de los
otros candidatos y candidatas que este año postulan a la Presidencia de la
República. En Chile, país que en las Naciones Unidas ha apoyado siempre la
independencia de las demás colonias, el tema de nuestra propia colonia del
Pacífico Sur y su derecho a declararse independiente sigue siendo tabú.
En
una novela que estoy escribiendo y espero publicar en 2018 sobre hechos que
acontecen en un tiempo futuro, se lee que “cientos de
manifestantes rodean en el aeropuerto de Mataveri el avión de Latam, que
permanece cubierto de guirnaldas de flores y con los neumáticos reventados. Las
pancartas proclaman: TURISMO SUSTENTABLE SÍ, INVASIÓN CHILENA NO. RAPA NUI PARA
SUS HABITANTES ORIGINARIOS”. Más
adelante en la novela, un periodista informa desde La Moneda que el
Parlamento Rapanui declaró la
independencia a medianoche, dos de la madrugada en Chile continental. Una
delegación de los independentistas viaja hacia Tahití para anunciar al mundo el
renacimiento del Reino Polinésico de Rapa Nui, que se integrará a la naciente
Federación de Reinos Polinésicos. De ahí, la delegación irá a Honolulu, capital
del archipiélago polinésico de Hawái, para volar desde ese enclave
estadounidense a Nueva York a pedir el reconocimiento del Comité de
Descolonización de las Naciones Unidas.