Por Eduardo Labarca
- ¿Cómo era el trabajo diario con José Miguel Varas en la radio?
El trabajo se realizaba en una oficina en el 9.o piso del llamado Radiokomitet de la URSS, comité de la radio y televisión, que era una especie de ministerio como en Chile el consejo de la cultura. El número de periodistas chilenos fluctuó a lo largo de los años con diversas rotaciones, pero éramos por lo menos cuatro. Varas fue el que estuvo de comienzo a fin, 14 años; yo estuve 8. Había dos o tres locutores chilenos que también se rotaron y sucedieron, en mi tiempo: Arturo Vergara, estudiante, el actor Pepe Secall, René Largo Farías, gran hombre de radio asesinado en Chile, quienes leían junto con Katia Olevskaya, la inolvidable locutora rusa en español muerta hace dos o tres años.
El programa lo dirigía oficialmente Guennadi Sperski, periodista ruso fallecido este año, pero no era una jefatura estricta, pues teníamos mucha autonomía. Escucha Chile era un programa excepcional, pues a diferencia de los demás programas de Radio Moscú en lenguas extranjeras, que se centraban en los temas de la URSS, el nuestro era "chileno", basado en los hechos y realidad de nuestro país y dirigido a Chile.
La hora oficial de llegada a la pega era las 9 de la mañana, pero flexible. Además, teniendo en cuenta la diferencia de hora, hacíamos turnos de noche para incluir las últimas noticias, además de turnos de fin de semana como en cualquier medio. Varas, que siempre fue madrugador, solía llegar mucho más temprano a leerse los cables y escribir alguna nota. Con excepción de las entrevistas, todo era por escrito: noticias, crónicas, comentarios, programas especiales. A diferencia de otras transmisiones internacionales que se traducían del ruso a los idiomas correspondientes, escribíamos directamente en español. Teníamos que llenar dos horas frescas de programa, que se transmitían dos veces, en total 4 horas en antena. El trabajo era enorme, a veces yo escribía 20 cuartillas en un día.
JM Varas era el hombre clave del equipo: había sido locutor y periodista de radio desde muy joven y tenía mucha experiencia en la materia. Escribía a altísima velocidad y con gran concentración y creo que era el que más cuartillas sacaba. Además, encabezaba el equipo chileno con el título eufemístico de “encargado” o “responsable”, por lo que tenía que relacionarse con los dueños de casa para diversos asuntos periodísticos, administrativos, reemplazos, vacaciones, programación de viajes etc. Era un hombre de pocas palabras, de un humor muy agudo y trato afable. Nunca lo vi pelear con nadie, en el trabajo era un compañero más. Varas no daba órdenes, a lo más sugería o proponía, pero su palabra pesaba mucho. Creo recordar que los martes hacíamos la reunión de pauta semanal, ya que los lunes descansaba el que había tenido turno el fin de semana. Acercábamos las sillas al escritorio de Varas y las cosas se resolvían rápidamente y se distribuían las tareas. Además, existían unas reuniones ultrarrápidas que los rusos llamaban "letushka", que se hacían en cualquier momento, no más de cinco minutos. Pero además, en la oficina, en el café y en las reuniones sociales y familiares hablábamos obsesivamente de Chile y de nuestro trabajo.
Además de Escucha Chile existía un programa llamado Radio Magallanes, pero en el fondo formaban una misma cosa. Pasábamos el día prácticamente en la radio. Había varios kioscos de café en diversos pisos donde preparaban café de máquina bastante suave, por lo que pedíamos un "dvainoi" (doble). Almorzábamos en la excelente cafetería de la planta baja, que había sido premiada como la mejor de Moscú. Muchas veces coincidía con José Miguel, pero por una especie de acuerdo tácito que nunca mencionamos, nos sentábamos en mesas diferentes, cada uno solo. La intención era desengancharnos un rato del tema de Chile, porque si nos sentábamos juntos íbamos a hablar inevitablemente del trabajo. Necesitábamos un poco de soledad para descansar la mente. José Miguel a veces se llevaba un libro de literatura y almorzaba solitario leyendo. Por el tipo de comida contundente, especial para los inviernos de 20 grados bajo cero, con bastante materia grasa y crema de leche ("smetana", creama ácida, que le ponían a la sopa y a muchos platos), mantequilla (corrientemente derretida para rociar algunos guisos), cecinas, paté etc., todos al comienzo engordamos. José Miguel le hacía honor al sobrenombre de "guatón Varas" que había tenido en Chile. Una vez él y yo hicimos un pacto para adelgazar: yo reduje sustancialmente el consumo de calorías y grasa y bajé unos cinco kilos, él era muy tentado y a lo más bajó dos.
- ¿Cuál era la red de contactos que tenían con Chile? ¿Cómo estaban tan informados de lo que pasaba en la dictadura chilena?
La red se fue armando con el tiempo y tenía diversos componentes. En la sala de teletipos del Radiokomitet se recibían los servicios de todas las grandes agencias de noticias del mundo, incluidas las de EEUU y países occidentales, y nos entregaban todos los cables de Chile y sobre Chile, que eran un montón. Además recibíamos con bastante rapidez los diarios chilenos a través de un puente entre SAS y Aeroflot en Finlandia. Sobre nuestros escritorios teníamos El Mercurio, La 3a, La 2a y las revistas chilenas con olor a tinta.
Una de las fuentes permanentes y principales eran los exiliados. Había chilenos en más de 40 países y todos, por alguna vía (parientes, cartas, teléfono, viajes) mantenían contactos con Chile y recibían noticias. En muchos de esos países teníamos corresponsales, periodistas profesionales o aficionados, con los que manteníamos contacto telefónico, pues estábamos facultados para hacer llamadas internacionales. Los exiliados oían Escucha Chile y estaban muy sensibilizados, de modo que cuando recibían una noticia se apresuraban a comunicarla a los corresponsales o por alguna vía.
Cada vez que a un país llegaban nuevos refugiados, a menudo salidos de las cárceles y campos de prisioneros, los dirigentes del exilio en ese lugar les hacían una especie de "debriefing", una reunión para que contaran sus experiencias y las novedades que traían. Nuestros corresponsales nos transmitían esa información y testimonios por escrito o grabados, y cuando el tema era de alta importancia a veces el exiliado recién llegado viajaba a Moscú o nosotros viajábamos a entrevistarlo, como me tocó a mí ir a Inglaterra y Escocia a entrevistar durante dos semanas a 22 oficiales y suboficiales que habían sido torturados y expulsados de las FFAA. Esas entrevistas grabadas nos dieron material para más de tres meses. Para los viajes la radio nos daba los pasajes, generalmente en Aeroflot, y habitualmente nos alojábamos en casa de chilenos.
Fuente muy importante era la Comisión Internacional Investigadora de los Crímenes del Régimen Militar de Chile que reunía testimonios y declaraciones que luego nos llegaban por teléfono o teletipo. Varias veces al año se realizaban conferencias de solidaridad en diversos países y allá viajaba un periodista de Escucha Chile a reportear y hacer entrevistas. La Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ginebra daba también mucho material, pues cuando se trataba el tema de Chile llegaban allí a prestar testimonio las víctimas de las violaciones a los derechos humanos. Los abogados de derechos humanos hacían llegar a Ginebra los testimonios recogidos por la Vicaría de la Solidaridad y los textos de las denuncias y recursos de amparo presentados ante la justicia, materiales que nosotros dábamos a conocer.
Con el tiempo, los partidos --PC, PS, MAPU-- desarrollaron canales entre sus aparatos de Chile y del exilio, por los que circulaban informaciones sobre detenciones, desapariciones, protestas, etc. e incluso entrevistas grabadas en casete, que nosotros transmitíamos.
Ocasionalmente llamábamos directamente a Chile en forma abierta, identificándonos como programa Escucha Chile, a algún medio de prensa u organismo público. Se llevaban tremenda sorpresa, no sabían si era en serio o en broma, pero por las dudas siempre contestaban correctamente. Yo llamé una vez directamente al campo de prisioneros de Ritoque y pedí hablar con el jefe comunista Luis Corvalán, que estaba preso allí, para comunicarle que había recibido el Premio Lenin de la Paz: por supuesto no lo llamaron al teléfono, pero la grabación la transmitimos al aire. Cuando hubo un conflicto entre Pinochet y el comandante de la FACH Gustavo Leigh, llamamos varias veces a los diarios chilenos, Mercurio, 3a etc, para preguntar las últimas noticias y nuestros colegas nos contaron las novedades.
La repercusión e importancia de Escucha Chile se debió a la propia dictadura: la censura total creaba avidez de noticias y la manera de informarse era Radio Moscú. La transmisión era potentísima y se oía claramente.
- ¿Hasta qué punto controlaba el Partido Comunista los contenidos de Escucha Chile?
Los periodistas éramos comunistas y eso determinaba la orientación del programa. Pero el Partido Comunista sabía que actuando solo no iba a derrotar a la dictadura, por lo que desde el comienzo se pronunció por un abanico opositor muy amplio, que abarcara desde la izquierda hasta la DC e incluso más allá, a sectores de derecha y empresariales que se distanciaban de la dictadura. Por eso dedicábamos muchos esfuerzos a tomar contacto con todos esos partidos, grupos, movimientos y personas y a darles tribuna. Entre los dirigentes políticos que hablaban semanalmente por Escucha Chile estaban Volodia Teitelboim, comunista; Jaime Suárez, socialista; durante un tiempo Jaime Estévez, del MAPU, que vivían en Moscú. Transmitíamos constantemente entrevistas o declaraciones de radicales como Hugo Miranda y Edgardo Enríquez; democratacristianos como Andrés Zaldívar, Jaime Castillo Velasco y Gabriel Valdés, y a veces de miristas. La voz de Hortensia Bussi, la viuda de Allende, se oyó infinitas veces en nuestro programa.
Creo que Escucha Chile no habría tenido el impacto que todos reconocen si hubiese sido un boletín del Partido Comunista. El mérito es que conseguimos hacer un programa en el que se sentían interpretados todos los chilenos que querían un retorno a la democracia.
- Fuera de la radio, ¿cómo era la vida diario en Moscú? ¿Se juntaban continuamente con Varas?
Éramos funcionarios de Radio Moscú pagados en rublos y vivíamos en departamentos bastante sencillos que nos proporcionaba la propia radio. Nuestra condición de vida se parecía a la de un periodista soviético corriente. Para comprar hacíamos las mismas colas que todo el mundo y nuestros hijos iban gratuitamente a los mismos jardines infantiles y escuelas que los del país. Por cierto, vivíamos obsesionados por la situación y las noticias de Chile, lo que representaba un considerable desgaste emocional, especialmente cuando pasaban por nuestras manos los testimonios terribles de torturas, asesinatos y desapariciones. Los chilenos éramos en Moscú un grupo pequeño y nos reuníamos mucho entre nosotros, sin perjuicio de las relaciones y amistad que cada cual fue desarrollando con personas del país.
La casa de José Miguel Varas y de Iris, su mujer, era algo así como la casa de los chilenos, en la que se celebraban recibimientos, despedidas, encuentros con compatriotas de paso. En casa de los Varas y en otras casas celebrábamos el Dieciocho y diversas fiestas con vodka, tinto moldavo, rumano o búlgaro, vinos blancos de Georgia (entonces república de la URSS) como los famosos Tsinandali y Mukusani, y de vez en cuando alguien se animaba a hacer empanadas. José Miguel Varas era un portento de los idiomas y fue uno de los que mejor aprendió ruso e hizo muchos amigos entre gente del país. Aunque él no se daba ninguna ínfula, de algún modo José Miguel era visto por los periodistas y locutores rusos y de otras nacionalidades de Radio Moscú como una especie de patriarca de los chilenos, y pienso que era así.
En la URSS el tema de Chile estaba a tope y cada vez que en nuestro país había un acontecimiento importante llamaban a Varas o a mí para que participáramos en el noticiario principal de la noche de la TV. El rostro de José Miguel y el mío llegaron a ser conocidos entre el público. Había infinitos actos de solidaridad con Chile en teatros, fábricas, universidades, escuelas, koljoses etc., impulsados por las autoridades soviéticas. Los chilenos éramos invitados y teníamos que hablar en público, nos tocaba a todos. Varas se tiraba incluso sus parrafadas en ruso, yo lo hacía con intérprete.
Quiero insistir en que Radio Moscú salvaba vidas. El centro de nuestra actividad y el motor del contacto con Chile eran los derechos humanos. Cuando la Dina hacía redadas o secuestraba a una persona, la familia, los compañeros, los vecinos, los abogados, las ONG de derechos humanos etc. que funcionaban en Chile se apresuraban a canalizar la noticia hacia Radio Moscú, con la esperanza de que la divulgación impidiera que las personas secuestradas fueran asesinadas. Era una carrera desesperada, se sabía que a esas personas las estaban torturando. Para que la noticia saliera, desde Chile llamaban por teléfono a parientes o conocidos en Argentina, Canadá, Suecia o cualquier país para pedir que se comunicaran con nosotros y nos dieran la información. En los distintos países la alerta circulaba instantáneamente y llegaba a los dirigentes del exilio, iglesias, comités de solidaridad, parlamentarios locales, etc. y alguien nos llamaba, o avisaba a nuestros corresponsales, o mandaba la noticia a través de los partidos etc. Sonaba el teléfono, pedían que los llamáramos de vuelta y nos comunicaban la información. A veces la noticia la dábamos esa misma noche, en otras ocasiones, debido a la complejidad de los canales de comunicación, la información tardó y, en algunos casos trágicos, no alcanzó a llegar a tiempo. A la vez de algún modo en Chile o el extranjero la noticia llegaba a las agencias de prensa. Nosotros repetíamos una y otra vez los nombres de los presos y desaparecidos y la lista negra de los torturadores cuyas identidades se iban conociendo.