Publicado en The Clinic
Especial 40 años
Santiago de Chile
5 de septiembre de 2013
por
Eduardo Labarca *
¿En qué momento Salvador
Allende supo que a su gobierno no lo salvaba ni Cristo, que la revolución
chilena se iba al Diablo? El sábado 8 de septiembre de 1973 Allende recibe
temprano en La Moneda a Pinochet y al general Leigh, jefe de la FACH. Alfredo
Joignant, entonces director de Investigaciones, recuerda que al término de la
reunión Pinochet retiene la mano de Allende entre las suyas y le dice: “Descanse,
Presidente”. Tres días más tarde Allende descansará para siempre.
La leyenda urbana afirma
que en una reunión que unos sitúan el viernes 7 temprano, otros el sábado 8, el
domingo 9 tomando tecito o el lunes 10 a la hora de almuerzo, Allende comete el
“error” de revelar a Pinochet y los comandantes en jefe su propósito de
proclamar en la Universidad Técnica del Estado el martes 11 de septiembre su
decisión de convocar un plebiscito. “Error”, porque según la leyenda el anuncio
del nebuloso plan plebiscitario induce a los militares a adelantar para el 11
el golpe que tenían previsto para el 14. En el sprint entre plebiscito y golpe,
el que se adelante en los últimos metros –días, horas, minutos– ganará la
carrera. Ojalá la Historia fuese tan simple…
La verdad verdadera es que
el Chicho intuye hace rato que todo acabará en desastre... Cuando lleva solo
cinco meses en la presidencia, el 4 de abril de 1971 la Unidad Popular, que ha
llegado a La Moneda con apenas un 36,3 por ciento de los votos, obtiene en las
elecciones municipales un 51, lo que el allendismo celebra como la victoria de
todas las victorias. Pero al conocer los resultados, Allende exclama ante sus
íntimos: “¡Infarto ven, infarto ven!”… Infarto para pasar a la Historia por un
atajo en un momento de triunfo y no tener que enfrentarse al fracaso que acecha
a la vuelta de la esquina. “¿Cómo andaría un infarto aquí?”, pregunta desde la
desnudez humeante de un baño de tina a su amigo Víctor Pey. Las cosas empeoran
y otro día Allende pasa de la fantasía del infarto a la mímica onomatopéyica de
quien se vuela con una metralleta la cabeza: “¡Ratatatatá!”
En corto tiempo el
Presidente ha nacionalizado el cobre y cumplido buena parte de su programa con
apoyo de los desposeídos, a los que ha abierto un presente digno y un futuro
luminoso. Pero el país cruje por las cuatro costuras, menudean las tomas de
predios y fábricas, hay desabastecimiento y violencia en las calles. Los de la
vereda de enfrente no descansan: conjura de la Cámara de Diputados y la Corte Suprema
y sobre todo asonadas, bombazos y sabotaje día y noche, y los militares
esperando en su caverna mientras un país del norte tironea los hilos. La
izquierda es una Torre de Babel donde cada cual pregona su fórmula mágica:
avanzar sin transar... consolidar para avanzar... llamar a la democracia
cristiana… todas las formas de lucha… poner un capitán a la cabeza del
ejército… plebiscito… disolver el Congreso... a las armas...
Chile se cae a pedazos.
Hacia afuera Allende se exhibe con “serena firmeza y viril energía” y la frente
en alto pero... humano al fin, no logra esquivar los bajones. Eso sí, las
heridas se las lame solo... aunque no tan solo. Cuando una pena le corroe el
alma, el Chicho desde siempre ha escuchado el llamado de la selva y salido en busca
del calor femenino. En la infancia y hasta que calzó pantalón largo, su madre
venerada lo estrechaba en su pecho cada vez que se daba un costalazo. Tencha,
esposa y primera dama, es la reina María Teresa en Versalles, con la que Luis
XIV mantenía una relación fría y distante mientras corría tras la duquesa de La
Vallière, la marquesa de Montespan, la marquesa de Maintenon. ¿En qué regazo el
Presidente, amante cíclico, encontrará consuelo?
La abogada Graciela
Álvarez, cómplice inteligente y vital en su campaña de 1952, está volcada a sus
labores del Seguro Social donde el Presidente la ha nombrado. Leonor Benavides,
la espigada aristócrata viñamarina del mechón blanco que lo acompañó en 1958,
se luce en el puesto VIP ofrecido por Salvador en el formidable edificio de la
UNCTAD, actual GAM. La Violita de Ortega, que tomó el relevo con sus medias de
malla en la recta final del 58 se volvió a EE.UU. o anda por México, dicen.
Inés Moreno, la actriz que brindó al Chicho plenitud en la campaña de 1964,
permanece como amiga entrañable a la que suele visitar y en cuya parcela de Lo
Barnechea humea, al margen de los reflectores, el asado con que el Presidente
agasaja a su amigo Fidel Castro que se pasea por Chile como si fuera el patio
de su casa. Pero Inés Moreno es comunista militante y Salvador no osaría
descargar en ella sus angustias. Otras actrices, Eliana Vidal, a la que llamó
afligido desde Moscú cuando Brezhnev le negó los rublos para oxigenar su
revolución, o Marés González, a la que ha paseado a 200 por hora en su Fiat
blindado con los pies descansando en una metralleta, son almas generosas pero
volcadas a su arte. Quizás Negrita, la muchacha de bello rostro criollo,
chispeante y siempre inesperada, podría darle consuelo, pero Negrita está por
allá en su provincia. En Lima ha muerto Blanquita Barreto, amiga muy querida
desde su infancia de Tacna; la colombiana Eugenia Valencia, la mujer más bella
de Popayán, se encuentra demasiado lejos; Laurita San Antonio, la cimbreante
cubana de pulsera en el tobillo, se esfumó como un ovni. Queda la Payita...
Cuando trabajaba en una
galería de arte del barrio alto, la Payita se topó con Salvador, su vecino, y
aterrizó por chiripa en la política. En la campaña reciente de 1970 brindó
tanto cariño al Chicho que en la pandereta que separaba las casas de las dos
familias se abrió una puerta sin candado. La Payita fue una enorme compañera en
la senda del triunfo y ahora dirige con eficiente buen humor la secretaría
privada del Presidente en La Moneda, flanqueada por Beatriz, la Tati, hija
regalona y revolucionaria del Chicho: las mujeres son uña y mugre. Allende
cuenta con ella al mil por ciento y su casona del Cañaveral no es solo el nido
en que el Presidente degusta la torta de lúcuma que ella le prepara, sino un
planeta donde pululan los cubanos, los guardaespaldas del GAP y la farándula
revolucionaria, y allí los fines de semana Allende, guerrillero de guayabera,
dispara al blanco alegremente con el AK regalado por su amigo Fidel. Pero la
Payita se ha subido por el chorro de la revolución y mientras el Presidente
observa el derrumbe irremediable de su gobierno, ella lo atosiga con su prédica
triunfalista y con sus celos.
Desde los seis años
Chichito se trepaba en Tacna a un taburete para pronunciar discursos de
Presidente ante doña Laura, la Mama Rosa y sus hermanas Inés y Laurita y hoy,
sexagenario y habiendo llegado a la cúspide, Chicho está solo. Solo y necesita
como nunca un paño de lágrimas y ese paño de lágrimas llegará volando.
A Gloria Gaitán la conoció
en Cuba en 1959 después del triunfo de la revolución. Al presentarlos, Fidel
Castro ensalzó a Allende como “el que hará la próxima revolución en América
Latina”. Hija del líder colombiano Jorge Eliécer Gaitán, cuyo asesinato en 1948
gatilló el estallido sangriento del Bogotazo, morena, esbelta, de ojos negros,
bello perfil y carácter fuerte, economista dedicada con el alma a la causa de
la revolución gaitanista, Gloria se siguió encontrando con Allende en las misas
revolucionarias de La Habana. Y cuando Allende, el Presidente, se entera de que
Gloria se ha divorciado y está sin trabajo, la hace venir a Chile con sus dos
hijas y le confiere un puesto en Odeplan, la oficina de planificación
económica. Corre enero de 1973 y a él le quedan ocho meses de vida.
El Presidente instala a su
invitada en un suntuoso departamento frente al Parque Forestal que perteneciera
al senador Carlos Altamirano y que ha quedado en poder de Silvia Celis, su
antigua esposa, que al ser enviada por Allende de agregada cultural a Londres
le ha dejado las llaves. Un día Salvador homenajea a Gloria en el gran comedor
de La Moneda, otro día la sienta a su diestra en un acto público, por la noche
le lleva una rosa roja escoltado por un ululante erizo de metralletas sobre
ruedas: los chicos del GAP. Cuando llega a verla, el Chicho –así lo llama ella–
deposita su pistola a la entrada; Gloria, que en Colombia cargaba un revólver
junto al lápiz labial en la cartera, no tiene en Chile más armas que su
inteligencia, su pasión, sus encantos. Las galanterías se multiplican y la
relación transita de la amistad a la confianza, de la confianza al afecto, del
afecto a algo que se parece demasiado al amor. La presencia de Gloria cerca de
Allende rompe el versallesco equilibrio multipolar entre las mujeres que se
disputan el corazón del Presidente: por una vez, Tencha, la Payita, Beatriz e
incluso Isabel, la hija menor, hacen causa común y concentran sus odios contra
esa intrusa: “la Gaitán”.
La crisis política se
agudiza y en la relación entre la colombiana y el Presidente se instala la
premonición de un desenlace chileno tan sangriento como el que siguió a la
muerte de Gaitán en Colombia. Y Salvador y Gloria construyen un territorio
secreto que sólo ellos conocen, donde se desahogan las angustias de un hombre
que siente la proximidad de la muerte. Además de las visitas del Chicho a la
casa de Gloria, ese territorio se compone de una llamada telefónica diaria a
las ocho de la mañana y de un rincón íntimo en la residencia oficial de la
avenida Tomás Moro 200, en Las Condes. A eso de las doce de la noche, liberado
de la Payita, cuando Tencha ha subido a acostarse y se despiden los amigos
íntimos –el periodista Augusto Olivares, el médico Danilo Bartulín, los
españoles Víctor Pey y Joan Garcés– el Presidente insomne manda un vehículo del
GAP a buscar a Gloria. La recibe caballerescamente envuelto en su capa azul de
médico de la Asistencia Pública, beben un whisky Chivas Regal, se sientan a
conversar fuera del mundo, en la intimidad del cuarto espartano con el
sofá-cama del Presidente, una mesita coronada por varios teléfonos y un
enjambre de cables, dos sillas de espaldar alto, un par de estantes de libros,
una chimenea cariñosa. Es el único lugar donde Salvador Allende todavía
gobierna sin trabas. Afuera velan los GAP, arma al brazo.
Sentado en la alfombra el Presidente pregunta a
Gloria: “¿Qué piensas cuando tienes la Historia a tus pies?... ¿Qué
pensaría tu papá si supiera que estamos hablando?”. Gloria es el eslabón que
une a Gaitán y Salvador, gaitanismo y allendismo son la misma cosa con distinto
nombre, con diferentes jefes, en distintos tiempos. Ambos líderes entraron en
la Historia con el signo de la muerte en la frente.
“Te
conocí muy tarde”, le dice el Presidente mencionando los lugares donde hubiera
querido llevarla. Gloria sabe que Salvador se encuentra en estado frágil: “Yo
era una María Magdalena que tenía que lavarle los pies y aligerarle la carga”.
Con frecuencia el Presidente proclama que sólo muerto lo sacarán de La Moneda y
un hálito fúnebre se instala en el aire. “Yo
era el valium de Salvador Allende, le hablaba de otras cosas, era
incondicional”, recordará Gloria. Pero un día ve en el velador del Presidente
algo inquietante: un frasco de Valium verdadero.
Una
noche, por el ventanal observan los cerezos cargados de botones en vísperas de
la primavera: “Yo no veré esas flores –dice Salvador–. Me sentaré en el sillón
presidencial, me terciaré la banda y esperaré la muerte”. Otras veces repite:
“Una guerra civil sería desastrosa. Necesito seis meses… ¡Sólo seis meses!” Gloria pide al Presidente el nombre del militar que
organiza el golpe y le ofrece inmolarse matándolo: Allende no acepta.
“Voy
a morir, pero voy a seguir viviendo en ti”, dice Salvador. La idea de un “hijo
de Allende nieto de Gaitán” se va imponiendo con esperanza casi mística. En
lugar de la revolución que Gaitán no alcanzó a comenzar y la que Allende no
logrará terminar, habrá al menos una creación: Gloria está embarazada. Salvador
y ella, la única persona que conoce las tribulaciones del Presidente en el
umbral de la muerte, no dudan de que el hijo será varón, lo que se confirmará
cuando a su regreso a Colombia tras la muerte del Chicho ella padezca un aborto
espontáneo.
TELÓN.
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*Eduardo Labarca es autor del libro Salvador
Allende, Biografía sentimental, editorial Catalonia, cuya edición aumentada
aparece en estos días.