El Mostrador
28 diciembre 2015
por Eduardo Labarca
Una
amiga me regaló en Navidad El último
tango de Salvador Allende, novela de Roberto Ampuero publicada hace tres
años. “Como tú eres experto en el tema y me contaste que no la habías leído…”, me
dijo.
Cierto.
Dediqué cinco años a rescatar los momentos de mi infancia y mocedad relacionados
con Salvador Allende; a ordenar los recuerdos de mis encuentros con él y los
viajes en que convivimos; a revisar publicaciones, rastrear documentos, rescatar
fotografías y sus cartas secretas de amor; a conversar en Chile y otros países con
un centenar de sobrevivientes del allendismo íntimo. Mi libro Salvador Allende. Biografía sentimental
–no lo digo por haberlo escrito yo, sino porque solo yo lo podía escribir– es el
único que presenta una visión de 360 grados, completa y abarcadora de este
grande de nuestra historia. Es biografía al hueso, visión humana y profunda de
su vida pública y privada, es historia política sin adornos y sobre todo zambullida
en los meandros psicológicos y afectivos de un político admirable que ocupó el
centro de su siglo y entró trágicamente en la Historia Universal.
Mi
libro de NO FICCIÓN se apega necesariamente a la realidad y me interesaba
conocer la obra DE FICCIÓN de Ampuero, su volada imaginativa en torno al personaje,
su manera de recrear libremente a un Salvador Allende de novela sin las trabas
que impone un trabajo de investigación como el mío que lleva 1.400 notas de pie
de página. No mencionaré los méritos o deméritos literarios que la novela de
Ampuero pudiese o no tener: sano es que los escritores nos abstengamos de
calificar la obra de nuestros pares.
Pero
más allá de la trama y de la calidad de la escritura, mientras leía sentí un “clic”,
algo me advirtió: “¡ojo!”. Ojo con algunos detalles, muchos detalles; ojo con
el escenario en que transcurren los hechos; ojo con los hechos mismos. Esos
hechos acontecen en la residencia presidencial de avenida Tomás Moro 200, en el
edificio y predio que hoy ocupa un hogar de viudas de militares. En Chile y el
mundo abundan las referencias y reportajes sobre la casa de Salvador Allende y
su familia en calle Guardia Vieja, donde hoy vive su hija Isabel, y los
testimonios y alusiones a la parcela de la Payita en el camino a Farellones,
donde Allende se recogía los fines de semana y recibía a sus amigos
revolucionarios. Pero acerca de la residencia de Tomás Moro nadie había escrito
hasta la aparición de mi libro, pues esa casona parecía un lugar aburrido y sin
interés donde Allende vivía con su esposa Tencha y recibía visitas oficiales de
políticos, embajadores, jefes militares…
Pero
yo revelé que entre esos muros Allende llevaba una doble vida que adquiere la
mayor importancia ante la historia. Mantenía una convivencia con su esposa
Tencha y cumplía funciones oficiales atendido por cocineros y mozos de la Marina.
Pero por las noches, terminada su jornada de Presidente e ida Tencha a
acostarse al segundo piso, Allende, para quien tres o cuatro horas de sueño
eran suficientes, se relajaba. Jugaba ajedrez con su buen amigo Víctor Pey o conversaba
con Augusto Olivares o el sociólogo español Joan Garcés, y cuando esos
invitados partían a dormir a sus casas… solía enviar un automóvil del GAP, su
escolta fiel, a buscar a su amante colombiana Gloria Gaitán con la que convivía
en las estancias del primer piso. Gloria, hija del brillante agitador Jorge
Eliécer Gaitán, asesinado en Bogotá en 1948, fue la acompañante de los últimos
meses de Allende y esperaba un hijo suyo que perderá en Colombia a su regreso después
del golpe. Las confidencias de Allende a Gloria Gaitán, que recogí en dos
viajes a Bogotá y que aparecieron por primera vez en mi libro, son
fundamentales para comprender el complejo, sombrío estado de ánimo del líder chileno
en vísperas de su muerte.
Allí
en Tomás Moro centra su novela Roberto Ampuero y, entre tango y tango, van
apareciendo pinceladas cuyo origen solo puede estar en mi biografía. Ampuero ha
declarado que para su novela se entrevistó con muchas personas del entorno de
Allende. Por curiosidad hice una ronda telefónica con cuatro hombres y tres
mujeres sobrevivientes –cada vez quedan menos– del círculo íntimo del Presidente:
no habían conversado con Ampuero. Una de las mujeres me dijo: “Si ese gallo me
hubiera llamado, le habría cortado el teléfono”. Más fácil era pues pescar el
libro de un autor –yo– que sí había conversado con cada uno y cada una y que me
había gastado en viajes a Colombia un par de miles de dólares. Más fácil y más
barato: viajar a través de mi libro sin mencionarlo solo costaba 25 lucas.
Entre
los abundantes detalles del libro de Ampuero que por primer vez se publicaron
en el mío se cuentan: la descripción de la distribución nocturna de los
espacios de Tomás Moro, el segundo piso donde se recluía Tencha y el primero donde
Salvador recibía a Gloria; la existencia de un cocodrilo embalsamado junto a la
piscina regalado a Allende por la cantante Miriam Makeba, aunque Ampuero pone
una nota de ficción diciendo que el regalo fue de Fidel Castro; la casa donde
vivía Gloria Gaitán y el hecho de que mientras cenaba allí con ella el
Presidente recibió la noticia del asesinato de su edecán naval Arturo Araya; la
frase “vamos a buscar información” con que los GAP indicaban que partían con el
Presidente a una cita galante, solo recogida en mi libro, etc., etc.. Incluso
el nombre de su novela presenta una sorprendente coincidencia con el título de
un artículo de Ángel Parra desconocido en Chile y publicado en Francia que cito
en mi libro: Le dernier tango de Salvador
Allende.
¿Tiene
derecho un autor de ficción a bombear informaciones de un libro de no ficción? Nadie
dice que no, sobre todo en temas históricos, aunque todo depende de cómo lo
haga. Shakespeare basó sus tragedias romanas en las Vidas que Plutarco había escrito 1.500 años antes. También las
obras de ficción suelen inspirar ficciones ulteriores en una cadena creativa
sin fin. En cada página del Quijote aflora la parodia de las novelas de
caballería. Pero la utilización puede hacerse con mayor o menor elegancia y si
se realiza de manera solapada y sin estilo, puede decirse a la italiana que “manca finezza”
El autor que hidalgamente recibe inspiración leyendo
una obra ajena experimenta respeto y afecto hacia quien, a veces desde otro
siglo, le presta ropa. Mario Vargas Llosa dedica La guerra del fin del mundo a “Euclides da Cunha en el otro mundo”,
autor de La Guerra de los canudos, el libro que despertó su
interés por ese conflicto religioso. En su novela Inés del alma mía, sobre Inés de Suárez, Isabel Allende incluye una
nota de reconocimiento hacia mí y mi novela Butamalón,
que versa sobre la guerra de la Araucanía, y hacia Jorge Guzmán y su novela Ay mama Inés, relativa también a Inés de
Suárez. Por mi parte, en Butamalón
quise dejar constancia de los autores cuyos textos me habían brindado un apoyo generoso.
Por tratarse de una novela, no lo hice en notas de pie de página sino incorporando
sus nombres a la trama: un personaje alaba la Historia de Chile de Francisco Antonio Encina, que me dio luces, y
el sacerdote Álvaro Jara, personaje clave del libro, toma su nombre del autor homónimo
cuya historia de la guerra de la Araucanía me resultó muy útil. El jesuita
Diego de Rosales, autor en el siglo XVII de la Historia General del Reyno de Chile, inspiró más de un pasaje de mi novela en cuyas páginas doy su
nombre a un escribano, y al lingüista Gilberto Sánchez que revisó los
fragmentos de mi libro en idioma mapuche, lo hago aparecer como un “lengua”
–intérprete mapuche-español– llamado Gilbertico.
A
lo largo de los siglos, no pocos escritores han sentido la tentación de picar con
toda frescura en obras ajenas y hacerse los cuchos. Otros han escrito obras
apócrifas como yo, que en un día de desvarío pergeñé un supuesto “diario” del
asesinado general Carlos Prats. Treinta años más tarde, con el peso de mi
conciencia a la espalda y sin que nadie hubiera descubierto mi participación en
el engaño, viajé a Grecia a presentar mis excusas a la embajadora de Chile, Sofía
Prats Cuthbert, hija de Prats. Quizás dentro de 30 años Ampuero decida darme
explicaciones e incluso las gracias, pero ese día ya no andaré por aquí.