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25 de enero de 2017

Dramas cruzados entre Chile y Cuba

EL MOSTRADOR

11 de enero de 2017

por Eduardo Labarca


            En 1973 Néstor Díaz de Villegas, poeta cubano conocido por sus iniciales NDDV, dejó a Fidel Castro con la mano estirada, sin imaginar que lo esperaban años terribles en los que Chile se cruzaría en su camino. El comandante visitaba Cienfuegos en compañía del gobernante alemán Erich Honecker y se saltó las vallas para saludar a los alumnos del colegio preuniversitario José Luis Estrada, entre ellos Néstor, quien recuerda:

“Cuando estuvo enfrente de mí, me miró y estiró una mano mecánicamente. Yo rehusé estrecharla, no por temeridad o desprecio, aunque ya entonces adolecía de ambas cosas, sino por pura curiosidad entontecida... Sus ojitos vacíos se fijaron en los míos por una fracción de segundo. Sus manotas eran finas, cerúleas, con uñas demasiado largas y sucias. Los dientes eran amarillos... Nos quedamos mirándonos una eternidad. Quiero creer que Fidel se asombró de que yo no le diera la mano. Creo que lo leí en la más recóndita recesión de sus pupilas.”

Cuando reunían a los alumnos para que escucharan un discurso de Fidel Castro, Néstor se escabullía, pues desde siempre había sido “irreverente”, un calificativo que a él mismo le causa gracia. En jerga política, se le consideraba “desafecto”.

            El 14 de octubre de 1974, al año siguiente de su desaire a Fidel Castro, Néstor Díaz de Villegas fue “invitado” por dos compañeros “a una reunión inaplazable” en la oficina del Ministerio de Educación: una trampa, allí fue detenido. NDDV cuenta que en ese momento “la sangre me abandonó el cuerpo, sudé copiosamente y me flaquearon las piernas. Así atravesé el patio de la antigua mansión convertida en ministerio, y así caminé por un zaguán recubierto de mosaicos hasta alcanzar la salida. Esa trayectoria, que me pareció interminable, ocurrió bajo las miradas acusadoras de maestros y funcionarios.”

Los agentes de seguridad registraron los cuartos y rincones de su casa durante cinco horas y cargaron papeles, libros y objetos, pero la única prueba acusatoria que encontraron fue un poema en el que Néstor se burlaba del cambio de nombre de la avenida Carlos III de La Habana por el de avenida Salvador Allende, titulado Oda a Carlos III:


Las lluvias han roído tus ojos de piedra
tus oídos
tus labios de mármol
y no puedes ver ni oír el espectáculo
de la chusma
que viene a derribarte de tu pedestal
en nombre de un extraño.


Chile entraba de ese modo en la vida de NDDV, quien hoy evoca sus primeros tiempos como prisionero de dieciocho años: “Durante ese mes sentí terror, desesperación, remordimiento, y quizás hasta un poco de orgullo”. Añade: “Perdí el sentido del tiempo, no supe si era de día o de noche... Mi visión del futuro, mi aspiración a una carrera en lenguas clásicas, terminaron abruptamente”.

En el juicio al que fue sometido, cuatro testigos, entre ellos la presidenta de la federación de estudiantes, lo acusaron del delito de “diversionismo ideológico” por haber hecho circular entre algunos alumnos el poema “contrarrevolucionario” y haberse escapado de los discursos de Castro. Marcia, la fiscal, pidió para él doce años de cárcel. El tribunal fue magnánimo: lo condenó a seis.

La condena por un supuesto “insulto” al Presidente chileno muerto en La Moneda contrasta con la actitud tolerante que Salvador Allende tenía hacia quienes lo criticaban o incluso injuriaban. “A mí me han dicho de todo, salvo ladrón y maricón”, se reía en un tono que hoy nos suena homofóbico. Solo una vez Allende se querelló contra un periodista, Rafael Otero Echeverría, “el Enano Otero”, quien lo había acusado de defender los intereses del Perú en un diferendo con Chile. Allende ganó el juicio pero el Enano no fue preso. En otra ocasión, cuando el mismo Otero publicó una intriga contra su hija mayor afectada por una discapacidad motora, Allende, boxeador aficionado, le rompió la nariz en un baño del Senado. Curiosamente, Otero había viajado a Cuba y, chupándole los calcetines a Fidel Castro, había conseguido que este lo pusiera a la cabeza de la agencia cubana Prensa Latina en Chile. Allende, que conocía el talante mercenario del periodista, reaccionó con incredulidad. Al poco tiempo el Enano Otero abandonó Prensa Latina sin rendir cuenta de los dineros recibidos y se convirtió en adalid de la campaña del terror contra Allende y la izquierda chilena. No hay dudas de que ante un poema de ese tipo Allende se habría reído, sin pretender jamás encarcelar a su autor, ni menos a un muchacho.

En enero de 1975 Néstor fue internado en el presidio de Ariza, donde quinientos presos políticos permanecían aislados de la sociedad cubana, sin que el público supiera nada de ellos ni se permitieran visitas de representantes de la prensa u organismos internacionales. Néstor quedó en un grupo de presos veteranos que cumplían largas condenas, siendo el único cuya vida había transcurrido solo bajo el gobierno de Fidel Castro. Allí, en la caseta en que los presos veían la televisión oficial, tuvo lugar su segundo encuentro con Chile.

Esa tarde repetían las famosas imágenes del Estadio Nacional de Santiago donde los presos políticos aparecen en las graderías. Mientras los cubanos permanecían aislados vistiendo toscos uniformes carcelarios de fabricación soviética, los chilenos se veían con sus ropas normales al aire libre. Néstor recuerda:

“Los veinte o treinta reclusos que miraban el televisor intercambiaron miradas de asombro. Desde los bancos del fondo llegaron murmullos, y de pronto se levantó una carcajada. El guardia fue a apostarse junto al televisor y desde allí fijó su mirada amenazadora en el grupo de televidentes. En ese preciso momento entendimos. Fue un entendimiento mutuo. El guardia comprendió que lo que mirábamos maravillados en el viejo televisor ruso era un atisbo de libertad y nosotros fuimos los testigos de su iluminación... Lo que nosotros veíamos eran personas en plena posesión de su humanidad, de unos derechos básicos que a nosotros nos habían sido arrebatados. Aún pereciendo, esas personas ganaban, morían victoriosas. Habían sido contadas, televisadas, absueltas, humanizadas.”

Ciertamente, había una dosis de espejismo en la percepción de los presos cubanos. Esas imágenes correspondían a la filmación que la dictadura chilena había autorizado en un vano intento por mejorar su imagen, y excluían la enfermería y el velódromo convertidos en centros de torturas, los túneles del estadio donde se efectuaban los fusilamientos y lo que sucedía en decenas de centros secretos de flagelaciones, exterminio y desapariciones forzadas a lo largo del país. Con todo, un hilo invisible vinculaba esa tarde a los presos de Ariza y los antiguos presos del Estadio Nacional...

NDDV describe el presidio de Ariza: “Estaba rodeado de marabusales, que son arbustos espinosos. Tenía cuádruple cerca de púas, con guardias con perros pastores que circulaban entre las cercas interiores y exteriores. Ocho garitas lo rodeaban, y tenía un campo de trabajo anexo, donde construíamos postes de electricidad de hormigón armado. Ese campo de trabajo también estaba provisto de cercas y garitas. Los baños no tenían techos, y una garita miraba directamente a las duchas y los retretes.”

Los testimonios de los presos de la dictadura chilena abundan también en descripciones de las alambradas, garitas, baños y del terreno minado que rodeaba el campo de concentración de Chacabuco. En su libro Tejas Verdes, Hernán Valdés evoca el grito de un militar: “¡Tienen tres minutos pa’ la corta y la larga y pa’ lavarse!”. Valdés relata: “Los WC son una hilera de casuchas montadas sobre un pozo rectangular. Los asientos están hechos de cajones con una abertura ovoide, chorreados de mierda y mojados de orines. El olor es venenoso. La mierda forma abajo un grueso pantano burbujeante”.

En los años que pasó en Ariza junto a abogados, diplomáticos, escritores, maestros, médicos condenados, NDDV leyó obras de Gramsci de la biblioteca del campo y libros de autores no permitidos que circulaban clandestinamente. Se organizaban grupos en que unos presos impartían a otros clases de francés, inglés, teoría freudiana, y hasta clases de hebreo y de cine... Por esos días, en los campos de prisioneros de Chile también había clases de idiomas, filosofía, economía e incluso, en Chacabuco, de astronomía bajo el límpido cielo de la pampa. Y mientras NDDV seguía cumpliendo su condena, cientos de exiliados chilenos, algunos salidos de los campos de concentración, eran acogidos en Cuba, donde recibían vivienda, trabajo, atención de salud, posibilidades de estudio...

Mientras los presos olvidados de Ariza vivían su tragedia, para los carnavales la famosa Conga del Barrio de Los Hoyos de Santiago de Cuba avanzaba rítmicamente por las calles rindiendo homenaje a la memoria de Salvador Allende al compás de sus tambores, quintos, campanas y trompetas chinas. La “invasión” de la muchedumbre danzarina se desbordaba por la ciudad. Hasta hoy los cubanos repiten su fraseo:


SOLISTA:
¡Allendeeeeee!...
¡Allendeeeeee!...
Tú tienes una forma de mandar un poco extraña...

CORO:
Murió Salvador Allende
Y eso que era buena gente
Mataron al Presidente
Lo mataron por valiente
Y al imperialismo yanqui
Le vamo’ a sacar los dientes...

¡Allendeeeeee!...”


Habiendo cumplido cinco años de su condena, NDDV fue liberado junto a otros presos políticos de una lista presentada al gobierno cubano por el presidente estadounidense Jimmy Carter, quien se esforzaba por normalizar las relaciones con Cuba, una iniciativa que abortará cuando sea derrotado como candidato a la reelección por Ronald Reagan.

Néstor Díaz de Villegas vive actualmente en Los Angeles, California, donde al enterarse de la muerte de Fidel Castro escribió:


Fidel ha muerto. No hay un átomo, un ápice, un minuto, una célula, un milímetro de mi vida que no tenga que ver con Fidel Castro, que no sea de Fidel Castro. Tampoco sé si hay alguna diferencia entre Él y yo. Pertenezco a su era, a su Historia, a su duración. Soy yo el que muero, me cremarán mañana. Incineran algo, una libra de carne mía, en la pira funeraria del tirano.”