EL MOSTRADOR
11 de enero de 2017
por Eduardo Labarca
En
1973 Néstor Díaz de Villegas, poeta cubano conocido por sus iniciales NDDV,
dejó a Fidel Castro con la mano estirada, sin imaginar que lo esperaban años terribles
en los que Chile se cruzaría en su camino. El comandante visitaba Cienfuegos en
compañía del gobernante alemán Erich Honecker y se saltó las vallas para
saludar a los alumnos del colegio preuniversitario José Luis Estrada, entre ellos
Néstor, quien recuerda:
“Cuando
estuvo enfrente de mí, me miró y estiró una mano mecánicamente. Yo
rehusé estrecharla, no por temeridad o desprecio, aunque ya entonces
adolecía de ambas cosas, sino por pura curiosidad entontecida... Sus ojitos
vacíos se fijaron en los míos por una fracción de segundo. Sus manotas
eran finas, cerúleas, con uñas demasiado largas y sucias. Los dientes eran
amarillos... Nos quedamos mirándonos una eternidad. Quiero creer que Fidel se
asombró de que yo no le diera la mano. Creo que lo leí en la más recóndita
recesión de sus pupilas.”
Cuando
reunían a los alumnos para que escucharan un discurso de Fidel Castro, Néstor se
escabullía, pues desde siempre había sido “irreverente”, un calificativo que a
él mismo le causa gracia. En jerga política, se le consideraba “desafecto”.
El
14 de octubre de 1974, al año siguiente de su desaire a Fidel Castro, Néstor Díaz
de Villegas fue “invitado” por dos compañeros “a una reunión inaplazable” en la
oficina del Ministerio de Educación: una trampa, allí fue detenido. NDDV cuenta
que en ese momento “la sangre me abandonó el cuerpo, sudé copiosamente y me
flaquearon las piernas. Así atravesé el patio de la antigua mansión convertida
en ministerio, y así caminé por un zaguán recubierto de mosaicos hasta alcanzar
la salida. Esa trayectoria, que me pareció interminable, ocurrió bajo las
miradas acusadoras de maestros y funcionarios.”
Los agentes de seguridad registraron
los cuartos y rincones de su casa durante cinco horas y cargaron papeles,
libros y objetos, pero la única prueba acusatoria que encontraron fue un poema
en el que Néstor se burlaba del cambio de nombre de la avenida Carlos III de La
Habana por el de avenida Salvador Allende, titulado Oda a Carlos III:
Las
lluvias han roído tus ojos de piedra
tus
oídos
tus
labios de mármol
y
no puedes ver ni oír el espectáculo
de
la chusma
que
viene a derribarte de tu pedestal
en
nombre de un extraño.
Chile entraba de ese modo en la vida
de NDDV, quien hoy evoca sus primeros tiempos como prisionero de dieciocho años:
“Durante ese mes sentí terror, desesperación, remordimiento, y quizás hasta un
poco de orgullo”. Añade: “Perdí el sentido del tiempo, no supe si era de día o
de noche... Mi visión del futuro, mi aspiración a una carrera en lenguas
clásicas, terminaron abruptamente”.
En el juicio al que fue sometido, cuatro
testigos, entre ellos la presidenta de la federación de estudiantes, lo acusaron
del delito de “diversionismo ideológico” por haber hecho circular entre algunos
alumnos el poema “contrarrevolucionario” y haberse escapado de los discursos de
Castro. Marcia, la fiscal, pidió para él doce años de cárcel. El tribunal fue
magnánimo: lo condenó a seis.
La condena por un supuesto “insulto”
al Presidente chileno muerto en La Moneda contrasta con la actitud tolerante
que Salvador Allende tenía hacia quienes lo criticaban o incluso injuriaban. “A
mí me han dicho de todo, salvo ladrón y maricón”, se reía en un tono que hoy nos
suena homofóbico. Solo una vez Allende se querelló contra un periodista, Rafael
Otero Echeverría, “el Enano Otero”, quien lo había acusado de defender los intereses del Perú en
un diferendo con Chile. Allende ganó el juicio pero el Enano no fue preso. En otra
ocasión, cuando el mismo Otero publicó una intriga contra su hija mayor afectada
por una discapacidad motora, Allende, boxeador aficionado, le rompió la nariz
en un baño del Senado. Curiosamente, Otero había viajado a Cuba y, chupándole los
calcetines a Fidel Castro, había conseguido que este lo pusiera a la cabeza de
la agencia cubana Prensa Latina en Chile. Allende, que conocía el talante mercenario
del periodista, reaccionó con incredulidad. Al poco tiempo el Enano Otero abandonó
Prensa Latina sin rendir cuenta de los dineros recibidos y se convirtió en
adalid de la campaña del terror contra Allende y la izquierda chilena. No hay
dudas de que ante un poema de ese tipo Allende se habría reído, sin pretender jamás
encarcelar a su autor, ni menos a un muchacho.
En enero de 1975 Néstor fue internado
en el presidio de Ariza, donde quinientos presos políticos permanecían aislados
de la sociedad cubana, sin que el público supiera nada de ellos ni se
permitieran visitas de representantes de la prensa u organismos internacionales.
Néstor quedó en un grupo de presos veteranos que cumplían largas condenas, siendo
el único cuya vida había transcurrido solo bajo el gobierno de Fidel Castro.
Allí, en la caseta en que los presos veían la televisión oficial, tuvo lugar su
segundo encuentro con Chile.
Esa tarde repetían las famosas imágenes
del Estadio Nacional de Santiago donde los presos políticos aparecen en las graderías.
Mientras los cubanos permanecían aislados vistiendo toscos uniformes
carcelarios de fabricación soviética, los chilenos se veían con sus ropas normales
al aire libre. Néstor recuerda:
“Los veinte o treinta reclusos que
miraban el televisor intercambiaron miradas de asombro. Desde los bancos del
fondo llegaron murmullos, y de pronto se levantó una carcajada. El guardia fue
a apostarse junto al televisor y desde allí fijó su mirada amenazadora en el
grupo de televidentes. En ese preciso momento entendimos. Fue un
entendimiento mutuo. El guardia comprendió que lo que mirábamos
maravillados en el viejo televisor ruso era un atisbo de libertad y nosotros
fuimos los testigos de su iluminación... Lo que nosotros veíamos eran personas
en plena posesión de su humanidad, de unos derechos básicos que a nosotros nos
habían sido arrebatados. Aún pereciendo, esas personas ganaban, morían
victoriosas. Habían sido contadas, televisadas, absueltas, humanizadas.”
Ciertamente, había una dosis de espejismo
en la percepción de los presos cubanos. Esas imágenes correspondían a la
filmación que la dictadura chilena había autorizado en un vano intento por
mejorar su imagen, y excluían la enfermería y el velódromo convertidos en
centros de torturas, los túneles del estadio donde se efectuaban los fusilamientos
y lo que sucedía en decenas de centros secretos de flagelaciones, exterminio y
desapariciones forzadas a lo largo del país. Con todo, un hilo invisible vinculaba
esa tarde a los presos de Ariza y los antiguos presos del Estadio Nacional...
NDDV
describe el presidio de Ariza: “Estaba rodeado de marabusales, que
son arbustos espinosos. Tenía cuádruple cerca de púas, con guardias
con perros pastores que circulaban entre las cercas interiores
y exteriores. Ocho garitas lo rodeaban, y tenía un campo de trabajo anexo,
donde construíamos postes de electricidad de hormigón armado. Ese campo de
trabajo también estaba provisto de cercas y garitas. Los baños no tenían
techos, y una garita miraba directamente a las duchas y los retretes.”
Los testimonios
de los presos de la dictadura chilena abundan también en descripciones de las
alambradas, garitas, baños y del terreno minado que rodeaba el campo de
concentración de Chacabuco. En su libro Tejas
Verdes, Hernán Valdés evoca el grito de un militar: “¡Tienen tres minutos
pa’ la corta y la larga y pa’ lavarse!”. Valdés relata: “Los WC son una hilera
de casuchas montadas sobre un pozo rectangular. Los asientos están hechos de
cajones con una abertura ovoide, chorreados de mierda y mojados de orines. El olor
es venenoso. La mierda forma abajo un grueso pantano burbujeante”.
En los años que pasó en Ariza junto a abogados,
diplomáticos, escritores, maestros, médicos condenados, NDDV leyó obras de
Gramsci de la biblioteca del campo y libros de autores no permitidos que
circulaban clandestinamente. Se organizaban grupos en que unos presos impartían
a otros clases de francés, inglés, teoría freudiana, y hasta clases de hebreo y
de cine... Por esos días, en los campos de prisioneros de Chile también había
clases de idiomas, filosofía, economía e incluso, en Chacabuco, de astronomía
bajo el límpido cielo de la pampa. Y mientras NDDV seguía cumpliendo su
condena, cientos de exiliados chilenos, algunos salidos de los campos de
concentración, eran acogidos en Cuba, donde recibían vivienda, trabajo,
atención de salud, posibilidades de estudio...
Mientras
los presos olvidados de Ariza vivían su tragedia, para los carnavales la famosa
Conga del Barrio de Los Hoyos de Santiago de Cuba avanzaba rítmicamente por las
calles rindiendo homenaje a la memoria de Salvador Allende al compás de sus
tambores, quintos, campanas y trompetas chinas. La “invasión” de la muchedumbre
danzarina se desbordaba por la ciudad. Hasta hoy los cubanos repiten su fraseo:
SOLISTA:
¡Allendeeeeee!...
¡Allendeeeeee!...
Tú tienes una forma de mandar un poco extraña...
CORO:
Murió Salvador Allende
Y eso que era buena gente
Mataron al Presidente
Lo mataron por valiente
Y al imperialismo yanqui
Le vamo’ a sacar los dientes...
¡Allendeeeeee!...”
Habiendo cumplido cinco años de su condena, NDDV fue
liberado junto a otros presos políticos de una
lista presentada al gobierno cubano por el presidente estadounidense Jimmy
Carter, quien se esforzaba por normalizar las relaciones con Cuba, una
iniciativa que abortará cuando sea derrotado como candidato a la reelección por
Ronald Reagan.
Néstor Díaz de Villegas vive
actualmente en Los Angeles, California, donde al enterarse de la muerte de Fidel
Castro escribió:
“Fidel ha muerto.
No hay un átomo, un ápice, un minuto, una célula, un milímetro de mi vida que
no tenga que ver con Fidel Castro, que no sea de Fidel Castro. Tampoco
sé si hay alguna diferencia entre Él y yo. Pertenezco a su era, a su Historia,
a su duración. Soy yo el que muero, me cremarán mañana. Incineran algo, una
libra de carne mía, en la pira funeraria del tirano.”