Escrito: 18 de julio de 2011
Por Eduardo Labarca
Salvador Allende, ahora que tus huesos andan de
viaje en el Instituto Médico Legal, debo pedirte perdón.
Perdónanos, Salvador Allende, por no haber
movido un dedo a lo largo de 37 años para que la justicia investigara tu muerte,
hasta el día en que la fiscal Beatriz Pedrals y el ministro Mario Carroza tomaron
la iniciativa.
Perdona, Salvador Allende, a los presidentes
Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet por no haber reclamado la lista de los pilotos
que te bombardearon en La Moneda.
Perdónanos, Salvador Allende, por no haber averiguado
los nombres de esos pilotos, cuyas identidades conocían en la FACH hasta los
porteros.
Perdona, Salvador Allende, al Presidente
Eduardo Frei y su ministro Pérez Yoma por haber nombrado Comandante en Jefe de
la FACH al general Fernando Rojas Vender, uno de los pilotos que te bombardearon.
Salvador Allende, perdona a Frei y a sus
colegas Ricardo Lagos y Michelle Bachelet por haber ascendido a los pilotos de
los Hawker Hunter que tiraron al blanco contra La Moneda, la residencia de
Tomás Moro y las antenas de las radios allendistas.
Salvador Allende, perdona a Tencha, tu viuda,
por haber dado versiones cambiantes de tu muerte –suicidio primero,
ametrallamiento después, suicidio nuevamente– y haberse enojado cada vez que
alguien la contradecía.
Salvador Allende, perdona a Pablo Neruda por
haber escrito a volea que caíste bajo “las balas de las ametralladoras de los
soldados de Chile”.
Salvador Allende, perdona a Fidel Castro por su
versión a lo Walt Disney sobre la forma en que habrías muerto combatiendo.
Salvador Allende, perdona a García Márquez por
habernos vendido como verdadera su visión literaria de tu muerte.
Salvador Allende, perdona al periodista
Robinson Rojas por la historieta truculenta de tu muerte que inventó al calor
de una pílsener.
Perdona, Salvador Allende, a tus médicos Arturo Jirón, Hernán Ruiz Pulido y José Quiroga, que estaban ese día en La
Moneda, por haber dejado solo durante tres décadas a su colega Patricio Guijón,
quien desde el comienzo sostuvo que te habías suicidado.
Perdona, Salvador Allende, a Carlos Altamirano
por haber afirmado que si te disparaste o no “resulta un dato irrelevante”.
Perdona, Salvador Allende, a Jorge Arrate, por
haber dicho que “no tenía importancia si Allende se había suicidado o si había
sido asesinado” y que para la historia el distingo “será una cuestión banal”.
Perdona, Salvador Allende, a tu médico Óscar
Soto por haber afirmado que si te suicidaste o fuiste ametrallado “es un
detalle anecdótico”.
Perdona, Salvador Allende, a tu amigo Régis
Debray por haber sostenido que “asesinato o inmolación, poco importa”.
Perdona, Salvador Allende, a la Payita, tu secretaria
y más, por haber dicho con respecto a ti que “es una frivolidad y una falta de
mínimo rigor histórico el ocuparse de cómo murió un hombre acosado,
bombardeado, cañoneado, tiroteado, incendiado”.
Perdóname, Salvador Allende, por haber cortado
en Radio Moscú el fragmento de una entrevista en que Clodomiro Almeyda reconocía
que te habías suicidado.
Perdona, Salvador Allende, que hayamos adaptado
las versiones de tu muerte a lo que nos parecía políticamente conveniente en
cada momento, con olvido de tus tribulaciones íntimas en el instante de la
tragedia.
Perdona, Salvador Allende, a tu hija Isabel por
haber calificado de “insolencia” la petición premonitoria del doctor Luis
Ravanal de que tus restos fueran exhumados.
Perdona, Salvador Allende, al periodista Camilo
Taufic por haber diseñado, con más imaginación que pruebas, la teoría de que
alguien te ayudó a suicidarte.
Perdona, Salvador Allende, a los periodistas
del TVN que se mandaron un Informe Especial sensacionalista sobre tu muerte, en
ejercicio de la libertad de prensa que afortunadamente recuperamos en Chile.
Perdona, Salvador Allende, a la abogada Carmen
Hertz, que calificó de “felonía” un ejercicio de ficción en el que me ponía en
la hipótesis de haber tenido que ayudarte a morir si hubieras fallado en tu
suicidio y yo hubiese estado allí.
Perdona, Salvador Allende, que durante tantos
años hayamos venerado tu estatua y olvidado tus dolores y tus amores de varón
vital y apasionado.
Perdona, Salvador Allende, a quienes en la hora
undécima nos estamos preocupando de los detalles de tu muerte como consecuencia
de la investigación que realizan los tribunales.
Salvador Allende, perdona a los chilenos que
hoy nos interesamos más por un partido de la roja que por el drama que viviste
en La Moneda bajo las bombas.
Salvador Allende, perdóname, perdónanos.