Escrito: 1 de junio de 2011
Por Eduardo Labarca
La incertidumbre ha tocado a la propia familia de Salvador Allende en estos años de aflicción. A las 48 horas de su muerte, la viuda Hortensia Bussi repetía la versión de los militares de que Salvador se había disparado “con una metralleta que le había regalado su amigo Fidel Castro”. Cuatro días más tarde afirmaba “en base a una nueva información” que el Presidente había caído “bajo las balas enemigas como un soldado de la revolución”. Desde ese momento la muerte en combate pasó a ser la tesis preferida por los parientes y simpatizantes de Allende, y quienquiera avalara el testimonio del suicidio prestado por el doctor Patricio Guijón era vilipendiado. Hortensia Bussi dio un tapabocas al escritor Fernando Alegría por haber dejado en su novela El paso de los gansos “la impresión que Salvador se suicidó, que es lo que sostiene la Junta Militar”.
Pero el 4 de septiembre de 1990, al realizarse el funeral oficial de Salvador Allende en presencia del presidente Aylwin, el suicidio será finalmente admitido, en un nuevo viraje, por la viuda y su hija menor, Isabel. Quince años más tarde, cuando el médico forense Luis Ravanal, a petición de los abogados Roberto Celedón y Matías Coll, haga un estudio metapericial del informe de la autopsia y los documentos policiales y sostenga que las heridas de Allende provenían de armas de calibres diferentes y no eran de tipo suicida, su planteamiento sobre la necesidad de la exhumación de los restos recibirá una dura réplica. La parlamentaria Isabel Allende afirmará que para la familia la versión del suicidio “es un capítulo cerrado” y, sorprendentemente, calificará lo afirmado por el doctor Ravanal de “falta de respeto”.
Aunque nadie de la familia Allende, afectada por sucesivas tragedias, haya solicitado nunca a la justicia que determinase las circunstancias de la muerte del ex Presidente, enfrentada a la investigación que realiza el ministro Carroza por iniciativa de la fiscal Beatriz Pedrals, la senadora Allende expresó finalmente su conformidad con una diligencia de resorte judicial que se había tornado inevitable: la reciente exhumación de los restos de su padre y las investigaciones que realiza el equipo de tanatólogos chilenos y extranjeros.
Según los especialistas, la Historia comienza a escribirse 30 años después de los acontecimientos, pero aunque Salvador Allende, muerto hace 38 años, sea ya un personaje histórico, las pasiones seguirán agitadas mientras sobrevivan sus contemporáneos, sus parientes inmediatos y no pocos de sus colaboradores. ¿Alguien podría convencer a las hijas, nietos, nietas, sobrinas, sobrinos de que la vida y la muerte del hombre que ellos o sus padres conocieron en pantuflas son un tema histórico y judicial que ha dejado de pertenecerles? Pero visto desde otro ángulo, ¿puede un hecho de la Historia depender del ánimo de los deudos de un prócer?
El estudio del Allende histórico, de su vida, su muerte y la tragedia nacional que entonces se desencadenó no puede detenerse en atención a dolorosos, legítimos sentimientos personales y/o familiares. El autor de este artículo probó el sabor de la injuria gratuita –“traidor” fue la palabreja elegida por la actual senadora Isabel Allende– cuando se adentró en la personalidad humana del ex presidente en una biografía independiente que hoy es ineludible para quienes preparan un texto o una película sobre el personaje.
Salvador Allende tenía un fuerte sentido de hijo, marido, padre, hermano, tío, abuelo y dejó la estela de una familia orgullosa, variopinta. Hombre de afectos asimétricos, adoraba a su madre, a su nana y a su hermana Laura. Más allá de ese núcleo se debía también a millones de chilenos –muchos perdieron la vida por incorporarse a su proyecto– y compartía sus afectos en una galaxia de relaciones mutantes, empapadas también de sentido familiar. Si la relación de Allende con las mujeres que además de su esposa hicieron nido en su corazón hubiese consistido en meras aventuras al paso, el tema daría, si acaso, para un párrafo colorido o una nota a pie de página. Pero no es así.
En el carácter pasional de Allende, seductor de personas y multitudes, hubo coexistencia y alternancia de afectos y por qué no decirlo, de amores. Su amor troncal, la columna sólida fue Hortensia Bussi, para quien Allende exigía respeto. Ella, sus hijas y sus primeros nietos formaban la almendra familiar a la que Salvador brindaba una devoción irrestricta. A pesar de la multiplicidad de sus cariños, Allende fue un marido y padre dedicado y muy presente. Su veneración por Beatriz, la hija del medio, era visible: con ella compartía la pasión política, por encima de las diferencias que solían tener. Pero de algún modo Salvador Allende se comportaba también como padre con las hijas e hijos de las mujeres hermosas y de fuerte personalidad que compartieron en forma pública o clandestina diversos trechos de su andadura. En esa segunda generación paralela dejó huella imborrable. Se trata de personas respetables que hoy rondan los 50 años y que recuerdan a Salvador Allende con emociones encontradas.
Desde el día en que Tencha y Salvador contrajeron matrimonio y hasta la muerte del Presidente, Hortensia Bussi sobrellevó con dignidad los 33 años y 5 meses de vida en común con un hombre escurridizo. Tras la desaparición del Presidente, las mujeres que habían rivalizado con ella en el corazón de Salvador vivieron su luto en silencio y le dejaron libre el terreno. Es cierto que Gloria Gaitán publicó en Colombia un apasionado libro de recuerdos titulado El compañero Presidente, pero lo retiró a las pocas semanas. Transcurridos 20 años de la muerte de Allende, Inés Moreno, septuagenaria, evocará su relación con él en su novela Más allá de los aromos, pero en el último minuto retirará el original de la imprenta y lo publicará sin esas páginas.
Muerto Allende, la señora Tencha asumió, con talento y fortaleza y hasta el día de su propia muerte, un protagonismo exclusivo que durará 35 años y 10 meses, vale decir 2 años y 5 meses más que el tiempo de casada con él. Apoyada incondicionalmente por su hija Isabel, actual senadora, Hortensia Bussi fue a lo largo de más de tres décadas la representante indiscutida de Salvador Allende en los corazones y el imaginario colectivo, mientras algunos aspectos esenciales de la personalidad del ex Presidente se soslayaban discretamente.
Pero la compleja vida de Salvador Allende tal como fue y la manera en que se enfrentó a la muerte forma un solo todo, y cualquier empeño por seguir imponiendo al respecto versiones circunstanciales, truncas o cambiantes carece a esta altura de justificación. La investigación judicial que lleva el ministro Carroza surge como un acto del Estado chileno, indispensable aunque tardío, para establecer ante la Historia la verdad sobre la muerte violenta del ex Presidente. Aunque la actual democracia chilena exhiba imperfecciones, la institución judicial aparece como la única capacitada para investigar los hechos de manera independiente, sin interferencias y sin descartar ninguna hipótesis. Del mismo modo, los biógrafos de Allende y los creadores que se inspiren en su vida deben proseguir su labor con la mente abierta, y en completa libertad.
El Informe Especial de TVN dedicado a la forma en que habría muerto el Presidente Allende constituye una pieza legítima de investigación periodística, propia de una democracia sana y del ejercicio, sin restricciones, de la libertad de prensa. Dicho programa ha abierto nuevos espacios de luz en el tema del magnicidio de La Moneda, cuya aclaración ha de contribuir al establecimiento de la verdad histórica. La fuerte declaración en que la senadora Allende ha condenado el programa y su anuncio de posibles acciones en contra de sus autores entrañan una desafortunada pretensión de censura. El hecho de que esté en curso una investigación judicial no limita en nada el derecho y papel de los medios de contribuir al esclarecimiento de los hechos.
La vida y la muerte de Salvador Allende y sus circunstancias son mucho más que un asunto de familia.