Adelanto del libro Pésima memoria
por Eduardo Labarca
EL MOSTRADOR
6 de octubre de 2016
Refiriéndose a Augusto Pinochet, el general Tulio Marambio solía
lamentarse:
—Yo tengo la culpa de que este miserable haya llegado donde llegó.
En Chillán, en sus últimos años de vida, Marambio contaba a mi tía y madrina
Elvira Martín, que siendo él ministro de Defensa del presidente Eduardo Frei
Montalva, a fines de 1968 la Junta Calificadora de Oficiales había
impuesto al coronel Augusto Pinochet una nota insuficiente que lo obligaba a
pasar a retiro... pero entró en acción doña Lucía Hiriart.
—Vino a mi oficina, me tomó la mano y se hincó, sí, de rodillas en el suelo, y
me rogó con lágrimas... y yo me apiadé y cedí, y ascendimos a su marido a
general de brigada —contaba Marambio, quien en 1988, tratando de subsanar su
error, llamará a votar “NO” en el plebiscito.
Hasta el 11 de septiembre de 1973, la carrera de
Pinochet estuvo jalonada de promesas de lealtad y actos de servilismo como el
protagonizado por doña Lucía, enviada por él a llorarle al general Marambio.
Pero a partir del día del golpe, un Pinochet despiadado sacará las garras y
mandará sistemáticamente a la muerte, uno tras otro, a los superiores a quienes
poco antes obedecía y hacía la pata, y a chilenos sobresalientes como el ex
ministro de Defensa Orlando Letelier, al que según los documentos
desclasificados en Estados Unidos, mandó “personalmente” a matar. Esa nómina
siniestra es la Lista de Pinochet de quienes debían morir como exorcismo del
oscuro complejo de inferioridad que siempre lo había corroído.
Encabezaba la Lista, por supuesto, Salvador Allende,
el presidente que lo había nombrado y al que había adulado y jurado lealtad
hasta conseguir que lo ascendiera a general de división y finalmente lo
nombrara comandante en jefe. La Lista incluía a dos ministros de Defensa a los
que había obedecido haciendo genuflexiones, José Tohá y el mencionado Orlando
Letelier, y a su antiguo superior, el general Carlos Prats, soldado culto y
visionario que confió en él y propuso a Allende su nombre para que lo sucediera
en la Comandancia en Jefe. Llegado a la cúspide del poder, Pinochet fue
puliendo, ampliando y aplicando su siniestra Lista mientras el jefe de la DINA
Manuel Contreras ponía en pie una escuadra asesina que viajará por Chile y el
mundo para cumplir fielmente cada “contrato” del dictador, cuyo sicario
estrella será el chileno-estadounidense Michael Townley.
Son conocidas las palabras que Pinochet dirigió al
almirante Carvajal el día del golpe acerca del avión ofrecido para que el
Presidente saliera del país: “Se mantiene el
ofrecimiento... pero el avión se cae, viejo, cuando vaya volando”. Dado que se
trataría de un avión de la Fuerza Aérea, más que expresar una intención
real de derribarlo, la frase lanzada en tono de pachotada cuartelera
constituye un acto fallido que deja al desnudo el ansia de Pinochet por ver
muerto a Salvador Allende, del que se había despedido tres días antes, el
sábado 8 de septiembre en La Moneda. En presencia del Director General de
Investigaciones Alfredo Joignant, Pinochet había retenido la mano de Allende en
su diestra y dándole con la izquierda golpecitos supuestamente afectuosos, le
había dicho en tono zalamero:
—Descanse, Excelencia.
Al combatir en La Moneda y suicidarse en el Salón
Independencia, Salvador Allende se convirtió en el primer integrante de la
Lista de Pinochet junto a cuyo nombre el dictador pudo marcar una cruz.
En la ejecución de la Lista siguió cronológicamente
un hombre que sin haber estado en el corazón del gobierno fue incluido por
Pinochet por motivos de torvo resentimiento personal: el ingeniero David
Silberman Gurovich, quien a los 35 años había sido nombrado por Allende gerente
general de Cobrechuqui, el mineral de cobre de Chuquicamata nacionalizado.
David y yo nos conocimos en las Juventudes
Comunistas. Duvi era un hombre alto y desgarbado, cuya sangre parecía
circular más lentamente que la mía. Yo estudiaba Derecho en
la ultrapolitizada escuela de Pío Nono, donde iba a clases con
corbata y salía corriendo a presentar escritos o asistir a comparendos
en los tribunales. En la escuela de Ingeniería, la de David, solo usaban
corbata los profesores y todo era aparentemente más tranquilo:
se hablaba de números, de fierros, de hormigón, y las salidas a terreno
eran a fábricas y grandes construcciones. En ambas escuelas luchábamos por la
reforma universitaria y cerramos filas con la "heroica" toma de la
Escuela de Veterinaria, cuyos alumnos se negaban a seguir preparándose solo
para atender perros y gatos y exigían que su carrera se volcara
a la ganadería y al desarrollo de la producción animal que el país necesitaba.
Allí, en esa toma y en las filas de la Jota, Duvi conoció a Mariana, hija y
hermana de militares, la mujer que sería su compañera, esposa y, hasta
hoy, su presunta viuda.
Cuando Allende puso a David a la cabeza de
Cobrechuqui sus amigos y compañeros no dudamos de que por su inteligencia
y sus sobresalientes cualidades de ingeniero, y por su carácter
fuerte combinado con la serenidad con que enfrentaba las situaciones complejas,
David Silberman sería, como en realidad lo fue, uno de
los administradores más eficientes en el complejo de la gran minería
del cobre.
Tras el golpe, en un remedo de consejo de guerra
celebrado en Calama, David fue condenado a 13 años de cárcel y enviado a
cumplirlos a la Penitenciaría de Santiago. Cuando la prensa y las radios dieron
la noticia me hubiera gustado visitar al amigo, pero por esos días yo vivía de
casa en casa mientras a la mía llegaban a buscarme patrullas de Carabineros,
del Ejército, la Fuerza Aérea...
El 4 de octubre de 1973 David Silberman fue sacado
de la Penitenciaría por sicarios de la DINA, llevado al centro de torturas
de José Domingo Cañas y luego al campo de Cuatro Álamos, donde su rastro se
pierde para siempre. En un intento por encubrir el crimen, la DINA hizo
aparecer un cuerpo descuartizado en Argentina correspondiente supuestamente a
Silberman, quien según esa versión habría sido “asesinado por un comando del
MIR”. Las pruebas científicas demostrarán que se trataba de otra persona.
¿Qué importancia tenía David Silberman para que
Pinochet ordenara secuestrarlo y asesinarlo, y que se realizara un operativo
del otro lado de la frontera con el fin de despistar? Los hechos. Ambos, el
gerente de Cobrechuqui y el jefe militar, habían participado en una reunión de
autoridades de la época en la que Pinochet formuló una afirmación que
David Silberman consideró inoportuna y fuera de lugar. Silberman, hombre
ingenioso y mordaz, respondió a Pinochet en forma aguda e irónica que dejó al
general en ridículo. Sin saberlo, en ese momento David firmaba su sentencia de
muerte. Pinochet no olvidará la afrenta y, como el capo mafioso que ha sido
desafiado, encargará a Manuel Contreras que “lave” su honra torturando y
haciendo desaparecer a David Silberman.
La Lisa de Pinochet ya estaba en marcha y tocará el
turno a José Tohá, que había precedido a Letelier como ministro de Defensa de
Allende entre el 8 de enero de 1972 y el 5 de julio de 1973. Tras permanecer como
prisionero en isla Dawson, el 1 de febrero de 1974 Tohá fue trasladado muy
debilitado al Hospital Militar donde murió el 15 de marzo. La dictadura dio la
versión de un suicidio, pero los peritajes científicos demostraron que fue
estrangulado por terceros según se consigna en el fallo del Ministro en Visita
Jorge Zepeda.
Hombre afable y afectuoso, siendo ministro Pepe Tohá
mantuvo una relación personal muy estrecha con Pinochet cuando este era
jefe del Estado Mayor del Ejército, vale decir el segundo hombre de la
institución. El 29 de junio de 1973, fecha del llamado “tanquetazo”, Tohá era
ministro de Defensa y el general Prats, comandante en jefe. Ese día Pinochet
dirigió las fuerzas “leales” al presidente Allende que avanzaron hacia el
centro e hicieron abortar el alzamiento del Regimiento Blindados número 2.
El matrimonio de Pepe y Moy y el de Tito y la Lucía
compartían como amigos en encuentros sociales en los que el tuteo y las bromas
eran frecuentes. Ante Tohá el general Pinochet juraba lealtad inquebrantable al
gobierno de Allende, además de soplar a sus oídos “confidencias” y chismes
sobre los demás generales. Frente al nombre de ese incómodo testigo de su
servilismo, Pinochet, satisfecho, marcó en su Lista una nueva cruz.
Buen lector, pintor aficionado, poseedor de una
maestría en Ciencias Políticas por la Universidad Católica y un doctorado por
la Complutense de Madrid, el general Carlos Prats González era, en comparación
con el militarote Pinochet, la cara opuesta de la medalla. Sus Memorias escritas
en elegante prosa demuestran que se trataba de un militar culto y con sentido
de la historia que hasta el último momento se esforzó por mantener el ejército
cohesionado y buscar una salida política que evitara el golpe.
Durante el gobierno de Allende, Pinochet se
desempeñó junto a Prats simulando compartir sus posiciones por lo que, al
presentar su renuncia, Prats lo propuso como su sucesor. Tras la muerte del
Presidente, en la Lista de Pinochet la gran figura a abatir pasó a ser el
general Prats. En Buenos Aires, el 30 de septiembre de 1974, Townley y su
mujer, la escritora Mariana Callejas, detonaban una bomba bajo el automóvil en
que iban el antiguo comandante en jefe y sus esposa, Sofía Cuthbert.
Con el asesinato del matrimonio Prats-Cuthbert, Pinochet
iniciaba una nueva fase en la implementación de su Lista: la de los asesinatos
fuera de las fronteras de Chile. Con satisfacción marcó una cruz frente al
nombre de su antiguo compañero de armas.
Dos meses después del asesinato de Prats, el 28 de
noviembre de 1974, en el Hospital Militar moría en extrañas circunstancias el
general Augusto Lutz, que en el alto mando se había opuesto a las actividades
de la DINA, habiendo incluso grabado en secreto a Pinochet cuando
exclamó: "¡Señores, la DINA soy yo! ¿Alguien más quiere pedir la
palabra?"
Antiguo jefe de inteligencia del ejército, Lutz se
oponía abiertamente a las intenciones de Pinochet de instaurar un régimen
militar prolongado. Al enfermarse, Augusto Lutz fue objeto de diagnósticos
contradictorios y de varias intervenciones quirúrgicas, y finalmente murió de
septicemia en el Hospital Militar, muerte que su hija atribuye a una infección
inoculada deliberadamente. Con una cruz frente al nombre del general Lutz,
Pinochet se aseguraba la fidelidad incondicional del alto mando.
Durante el gobierno de Allende, mientras Pinochet
simulaba lealtad al Presidente, el general Óscar Bonilla aparecía dentro del
ejército como la cabeza visible de los oficiales que se oponían al gobierno.
Había sido edecán del presidente Eduardo Frei Montalva y se le consideraba
cercano a la democracia cristiana.
El día 11 de septiembre de 1973, Bonilla era el
general más antiguo después de Pinochet y se trasladó a la Central de
Telecomunicaciones en Peñalolén donde se instaló el puesto de mando del golpe.
Estaba convenido que Pinochet llegaría a las 7.30 y que si algo le pasaba, el
mando lo asumiría Bonilla. Pero a la hora indicada... Pinochet no llegaba...
Cosa inconcebible de parte de un jefe militar en esas circunstancias, finalmente
se apareció tan campante con diez minutos de retraso. ¿Qué había pasado?
Pinochet quiso aprovechar esos minutos decisivos para observar si las unidades
militares se estaban sumado al movimiento, pues para el caso de que no fuera
así conservaría la posibilidad de echarse atrás, traicionar a los compañeros
con quienes estaba juramentado y permanecer a la cabeza del bando
"leal" a Salvador Allende.
Bonilla, ministro del Interior y luego de Defensa de
la Junta, propiciaba un gobierno militar transitorio que organizara elecciones
y garantizara los derechos de los trabajadores. Incluso se presentó por
sorpresa en la Escuela de Ingenieros Militares de Tejas Verdes y allí, al
comprobar las terribles torturas que se aplicaban, se enfrentó al entonces
coronel Manuel Contreras.
Pinochet no tardó en incluir a Bonilla en su Lista
personal de los que debían morir. El 3 de marzo de 1975, bajo la forma de un
sospechoso accidente de helicóptero, el "contrato" contra el general
Óscar Bonilla quedó cumplido y Pinochet pudo marcar una nueva cruz en su Lista.
Ese mismo año, 1975, Augusto Pinochet extendió al
mundo su temeraria e insensata empresa criminal cuyo primer episodio
extraterritorial había tenido lugar en Buenos Aires con el asesinato del
general Prats. Su odio se concentraba ahora en aquellos destacados chilenos que
denunciaban en el ámbito internacional sus actos criminales. Encabezados por
Hortensia Bussi, la viuda de Allende, eran recibidos por gobernantes y figuras
mundiales, y en las Naciones Unidas, instancias a las que Pinochet, aislado
internacionalmente, jamás habría podido acceder. De ahí sus odio, su envidia,
su rencor.
El 6 de octubre de 1975, la escuadra asesina debutó
en Europa, donde un grupo terrorista italiano encabezado por Stefano Delle
Chiaie, con el que Townley tenía un pacto criminal, baleó en la cabeza en
su domicilio de Roma al dirigente democratacristiano Bernardo Leighton, quien
sobrevivió al atentado con graves secuelas. Leighton, fundador de la Falange y
del Partido Demócrata Cristiano, ex ministro y ex parlamentario, había
encabezado el Grupo de los Trece dirigentes del PDC que el primer día
condenaron el golpe militar, y se había convertido en un activo opositor a
la dictadura. Frente al nombre del sobreviviente Bernardo Leighton, Pinochet no
pudo marcar una cruz completa.
Se sabe que en la Lista de Pinochet figuraban
también el dirigente socialista Carlos Altamirano y el intelectual y político
comunista Volodia Teitelboim, ambos con gran presencia internacional, que se
salvaron gracias al azar.
Al año siguiente, el 21 de septiembre de 1976, los
asesinos encabezados por Townley fueron enviados a Estados Unidos: en la Lista
de Pinochet era el turno de Orlando Letelier. Pinochet conocía a su nueva
víctima de muy cerca. Aunque en medio de la crisis que atravesaba el país solo
había alcanzado a ejercer como ministro de Defensa de Allende durante los 19
días que precedieron el golpe, la relación de Letelier con Pinochet, comandante
en jefe del Ejército, había sido intensa.
Después de permanecer en el campo de prisioneros de
Isla Dawson y salir al exterior, Letelier se convirtió en Estados Unidos y a
escala internacional en una de las figuras del exilio chileno más
conocidas y escuchadas, con acceso directo a varios gobiernos, incluido el norteamericano.
Mientras a Pinochet los gobernantes extranjeros le volvían la espalda, Letelier
gozaba de prestigio en los más importantes ámbitos académicos y políticos.
No es de extrañar que el Rojo Letelier, hombre
culto, apuesto y elegante, que recorría el mundo haciendo campaña contra
Pinochet y su régimen represivo, haya concitado el odio del oscuro oficial de
infantería que había ascendido lamiendo culos. Ese resentimiento rumiado a lo
largo de tres años llevó al tirano a ordenar uno de los actos más brutales e insensatos
en la ejecución de su Lista personal: el atentado terrorista que acabó con la
vida de Letelier y su secretaria Ronni Moffatt nada menos que en el corazón de
Washington, la capital de Estados Unidos, el país que había movido todas sus
fichas a favor del golpe militar contra Allende.
Si su finalidad hubiera sido dañar definitivamente
las relaciones de Estados Unidos con su régimen, Pinochet no habría podido
idear algo más eficaz. Es cierto que Orlando Letelier había contribuido a
alinear a la opinión publica mundial y norteamericana contra la dictadura
militar, pero tras su asesinato esa mañana del 21 de septiembre de 1976 la
condena contra Pinochet se multiplicó en Estados Unidos y el mundo entero y la
balanza terminó de cargarse drásticamente y sin contrapeso contra el criminal
que lo había mandado a matar.
Para el atentado contra Orlando Letelier, la DINA y
Townley, que en Roma habían reclutado a fascistas italianos, esta vez tuvieron
la colaboración de un grupo de extremistas cubanos encabezados por Virgilio Paz
Romero, que fueron quienes detonaron la bomba. Como parte del Plan Cóndor, de
coordinación de los aparatos criminales de las dictaduras militares del Cono
Sur latinoamericano, Pinochet y la DINA recurrieron a los bajos fondos del
terrorismo mundial de ultraderecha para consumar el asesinato de líderes
chilenos.
El 22 de enero de 1982, en la Clínica Santa María
moría el ex presidente Eduardo Frei Montalva. Aunque inicialmente había apoyado
el golpe, andando el tiempo Frei desafió a Pinochet y se puso públicamente a la
cabeza de la corriente política que reclamaba un retorno a la democracia. Tras
una operación de hernia al hiato sin mayor gravedad, el ex Presidente falleció
en forma inesperada durante su hospitalización. Los exámenes toxicológicos de
sus restos han descubierto trazas de mostaza
sulfúrica, talio y sarín, poderosos venenos que demostrarían que fue asesinado.
Su fallecimiento trajo alivio a Pinochet, que pudo marcar una cruz frente a su
nombre.
La Lista de Pinochet —al
menos la que se ha logrado reconstruir— se había iniciado con el nombre del ex
presidente Salvador Allende y se cerraba con el nombre de Eduardo Frei, un ex
presidente. Habiendo muerto Manuel Contreras, no queda nadie que
pueda revelar la totalidad de los nombres que la integraban y los de aquellas
víctimas cuyo asesinato se debió a un “contrato” personal del dictador sin que
hasta ahora se hayan encontrado pruebas.
El agente del
FBI Gregg O. McCrary, especialista en perfiles criminales, afirmó. “A los
asesinos en serie les gusta tener el control sobre la vida y la muerte de la
gente. Juegan a ser Dios. Es la megalomanía en máximo estado”. Hoy está claro:
nuestro país fue gobernado durante diecisiete años por un obseso asesino que se
sentía con derecho a disponer a su antojo y sin dar cuenta a nadie de la vida
de sus compatriotas dentro y fuera de Chile.