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21 de marzo de 2013

Chávez, el último plebeyo


Por Eduardo Labarca



Chávez molestaba por dos razones, una de fondo y otra de forma.

La de fondo.

En un mundo regido por los milimillonarios de la lista de Forbes, que multiplican sus fortunas con la ruina de países enteros, Chávez no respetaba los códigos y derramaba los beneficios de la extracción petrolera hacia los pobres de Venezuela y los gobiernos amigos.

La de forma.

Tampoco respetaba los modales versallescos de la política que la burguesía heredó de la nobleza y los regímenes "proletarios" heredaron de la burguesía. "Yanquis de mierda" no se dice, porque no se dice: ¿Por qué no te callas?

Además, infiel a la tradición de los gobernantes "burgueses" de sumar muertos en baleos policiales, guerras, bombardeos de drones, Chávez, desde su alzamiento fracasado de 1992 proclamó, y mantuvo en los hechos, que su revolución sería sin muertes.


Con su revolución bolvariana pacífica se distanció también de las tradiciones del socialismo real: recuérdense los millones de muertos de Stalin y los centenares de fusilados de La Cabaña en los primeros meses de la Revolución Cubana. Chávez, el revolucionarios sin sangre, estuvo así más cerca de Allende que de Fidel Castro; pero por su capacidad de afianzarse en el poder, fue más cercano a Castro que a Allende.

En sus palabras y en sus actos fue un plebeyo irrespetuoso de las tradiciones.