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6 de enero de 2012

Pina + Wenders / Wenders + Pina = el MILAGRO

por Eduardo Labarca, en Santiago de Chile.


La expresión “película documental” huele a bostezo, la “danza contemporánea” a veces decepciona. Pero “Pina”, el documental de Wim Wenders que inaugura este 2012, tiene transparencias de cristal, puerta hacia un mundo sin fondo donde los cuerpos que se mueven sobriamente, dolorosamente, gozosamente y la cámara en 3D que nos arrastra, los galpones y paisajes en que nos hundimos, y los rostros forman el más sorprendente, intenso, poético universo fuera del mundo, en las entrañas del mundo.

Cuando murió hace dos años, Pina Bausch preparaba su coreografía de inspiración chilena “Como el musguito en la piedra ay, sí, sí , sí”, apoyada en “Volver a los 17” de nuestra Violeta. Cuando Pina murió hace dos años, Wim Wenders preparaba una película con Pina y sobre Pina. Obras tronchadas… ¿Tronchadas?... Tronchadas… pero no.

No, porque Wenders perseveró, fiel a su amiga bailarina y coreógrafa, fiel a los bailarines y bailarinas de Pina, a esos cuerpos que quedaban huérfanos tras la muerte de la guía, maestra, madre que los había modelado, que les había permitido modelarse. Wenders perseveró y logró avanzar, salir adelante sin Pina con la Wuppertal Dance Theater, la compañía de baile de Pina y producir el milagro de esta película en la que se pasea vivo el espíritu de Pina.

Es raro, insólito, que los espectadores de un cine sientan la necesidad de aplaudir, pero así fue ayer a medianoche en la sala 15 de los Cines Hoyts de La Reina, en Santiago de Chile. Soltando por un momento el paquete de popcorn, las manos se agitaron y aplaudieron y aplaudimos porque no podíamos quedarnos así, irnos en silencio de ese templo donde juntos habíamos vivido una experiencia tan pura, intensa.

Ni lugares comunes ni estereotipos, ni acrobacia ni sentimentalismo en los movimientos y la danza de los muchachos y muchachas, mujeres y hombres adultos, maduros algunos, que teníamos delante. Ni facilismo ni recursos gastados en la filmación y compaginación de esa película que acontece en lugares insólitos: dentro y debajo del Schwebebahn, el tren colgante de la ciudad alemana de Wuppertal; en la noche de un dique desierto; en naves industriales; en un parque tapizado de hojas muertas; en una cantera a tajo abierto donde un bailarín evoluciona en la cresta del abismo… El inolvidable “Café Müller”, la coreografía con bailarines de ojos cerrados y sillas que caen resucita desde los ángulos renovados que las cámaras descubren.

Cuando termina la película los conocemos, somos amigos de esos artistas que hemos visto evolucionar descalzos aunque de terno y corbata, cubiertos con túnicas, con pantalones sencillos, un tutú, sin afeites ni máscaras, a cara descubierta. Los hemos visto bajo la lluvia y metidos en el agua, recibiendo paletadas de tierra, subiendo una cuesta, moviendo simplemente las manos y los dedos. Se acaba la película y somos amigos de Pina y la admiramos, admiramos a Wim Wenders, nos sentimos bien, mejorados, perfeccionados.